miércoles, 9 de noviembre de 2011

- APRESURADAMENTE -



Corriendo, desordenado, sin tiempo ni libertad, con deuda de oxígeno, y sin saber muy bien el porqué de sus cosas.
Alberto, mareado, empujado por una realidad adversa y apremiante, sin libertad, sudando, envejeciendo en sí mismo, y sin ese mimo de calma y sosiego que todos necesitamos para ser felices.
Muchacho de los recados, segunda división de la vida, subsidiario, segundón,     perdedor,  excluído de su naturalidad, solo, y apaleado del gusto de uno mismo.
Atribulado Alberto. Sin sonrisa natural, forzando sus sutiaciones para quedar bien, nervioso, inquieto, con una ansiedad de galope, y con un deseo único en su cabeza de la conciencia que se llama una playa serena y enamorada: su esperanza.
Derrotado, o casi. Perplejo y malhumorado, ignorante de cuanto sucede, Alberto trata    de  recuperar el tiempo perdido entre incomprensiones, y de empezar a escalar ese manantial de agua que es el crecer. Desesperada y necesariamente.
Rosas nuevas y rojas, le miran embobadas. Los hombres hercúleos, le admiran. No puede ser que el castigado y malvestido Alberto, pueda tener tanta fuerza y resistencia. ¿Será de otro mundo y de otra pasta?, ¿será un genio irreductible?, ¿estará más loco que que los genios Van Gogh y Dalí juntos?, ¿será una estrella llena de ternura y virilidad?
Tiempo fresco y desértico, en un Alberto voluntarioso y tenaz como las pinzas de un cangrejo de río. Este pobre hombre, -aparentemente-, parece crecerse ante la mayor adversidad. Se recupera en medio de la gran carrera cansada y dilatada de la vida. Parece un masoca de la utopía, un irreductible con pantalones raídos y fibra de supervivencia africana.
Alberto va siempre por detrás y atolondrado, apresuradamente trata de cumplir con la mayor parte de sus obligaciones, no es de él el hacer daño a nadie, pero su desaliño,titubeos y dudas, generan en los demás el descontento que lleva a la desconsideración y al menoscabo.
Clima borrascosa y variable, inseguridad, nada parece en su sitio, el sol se pone y sale sin  consultar a nadie, y no digamos la vida de Alberto. Un caos, sus cargas propias, sus   cargas  familiares, y toda la incomprensión. Y los cordones de los zapatos se le desatan y se le meten entre sus negros calcetines habituales.
No se rinde Alberto. Cuando le empujan y se cae, ya no se queja tanto. Sabe que no le ven y que no lo hacen demasiado adrede. Y entonces y rápidamente, y sin pararse    a    pensar   demasiado, Alberto se pone de nuevo en pie. No se peina ni adecenta demasiado, pero sigue su camino vital. Solo piensa que nadie le derribará definitivamente. Que, cuando ya no tenga fuerzas, entonces se caerá solo y que llamen al enterrador. Mas su esfuerzo personal   solo  merece la loa y el aplauso de un luchador.
-HAGA EL TIEMPO QUE HAGA-

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