Si a esa hora punta de la tarde no se veía un solo taxi libre, ¿cómo es que de repente he divisado y detenido uno? En realidad es una pregunta que tiene respuestas poliédricas, cinematográficas; algo así como ir a bordo de una peli de acción y peligros.
El taxista, era joven. No tendría ni treinta años. Apostaría a que ama apasionadamente la Fórmula 1, y que esto es su pasión. Es difícil ser taxista veinteañero y digital, con el contexto del viejo y hasta grosero tapón en el que se han convertido las grandes ciudades.
El atasco debería ser algo reflexivo para el conductor, y nunca jamás un desafío. Una forma veloz de ganar dinerillo o de quedar superbién con su asombrado cliente. Es cierto que yo tenía prisa, pero es que mi chófer entendía mucho más de velocidad que de dar paso a los demás. Igualmente poliédrico todo.
El joven y hasta intrépido taxista, encontró uno de sus retos. Un punto negro, en el que has de joderte y esperar a que se te cuelen otros pilotos igualmente competitivos. Esa circunstancia, enfadó mucho a mi taxista. Le adelantaron indebidamente, y el chico empezó a ganar adrenalina y a perder los papeles. Amagó, levantó una de las ventanillas del taxi, e inclinó estratégicamente su cabeza para poder lanzar desde allí un escupitajo de acierto olímpico a la cara de su chófer rival. Y me dijo:
-"¡¡ Se lo he soltado en todos los morros !! Jeje,je,je ..."
Yo, le sonreí para quedar bien. Me sentí en peligro y dentro de un sociedad de mucho riesgo. Antes, quedabas el segundo, y la gente te aplaudía. Hoy en día, quedar segundo es como si toda tu excelsitud fuese devastada en pocos segundos por un Satán invencible.
El coche rojo de la maniobra inadecuada, contraatacó. Hizo frenar al joven taxista quijotesco, y el resultado del frenazo fue mi comedia de impasibilidad. No tendría por qué suceder nada. O, sí. Nunca sabes lo que habrá nunca mientras duermes debajo de tu cama. Podía haber sido el malo, un tipo con armas, un tarzán de gym, un futbolista expeditivo, o simplemente alguien con licencia de caza mayor, un consumidor de drogas, o un machista a quien su novia hubiese rechazado recientemente.
Me puse pálido y guardé silencio. El taxista inexperto y audaz, se percató de mi mal momento. Aún me pica una de mis rodillas de un golpe al frenar. Hoy no veré ninguna peli trepidante y buscaré algo espiritual. Y de repente me suelta el joven taxista: - "Sé que le he hecho pasar un mal rato. ¡Discúlpeme! ..."
Le respondí breve: - "No pasa nada. " ...
Afortunadamente todo fue tan rápido como mi deseo de salir de aquella ratonera con ruedas asombrosamente velocísima entre tanto coche junto. Fue la mejor noticia. Porque conservar la vida, lo es.
Cuando llegué a casa, miré el reloj y era pronto. Demasiado pronto, pensé. Otro día que vea a la ciudad colapsada a horas de embotellamientos, tendré mucho más cuidado aunque tenga toda la prisa del mundo.
¿Madurará el joven taxista? Siento dudarlo. De momento, espero que el destino proteja a sus nuevos viajeros y que no lance más escupitajos a nadie por hoy. Es mi santo deseo. Aunque me temo que mi pensamiento es solo compasión y hasta buen propósito navideño.
Sí. La vida. Yo espero vivir muchos años aunque haya atascos, estreses, o aprendices mediocres de Fernando Alonso. He saboreado el placer del vivir y de la libertad. Y para lograrlo, no hace falta ser tan competitivo, ni grandullón, ni hipócrita, ni habilidoso con una máquina.
Sé que este muchacho tiene madera de bueno, aunque no lo demuestre demasiado. Merece muchas más segundas oportunidades. Y quizás un regalo de Reyes en forma de invitación para participar en una prueba en un circuito de Fórmula 3. Aunque acabe en un trompo su experiencia.
¡MUCHA SUERTE!
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