miércoles, 2 de noviembre de 2022

- OSCURO. -



Alejado en el ostracismo inevitable, oxígeno en agobio, clima de derrota asentada. Siempre, silencio.

Todo el silencio pegado a una vida. Todo defensivo e iterado. Décadas polvorientas, de inacción, necesidad de no salir de ahí, de que nadie te moleste, de que no haya en un mundo lleno de personales peligros, inocencia y descarnada verdad.

Nadie habla. Silencio. Nada parece importar demasiado. Todo es una maldita inercia desbocada y a la vez normalizada. Y se puede hasta crear un tiempo de nostalgia, en el cual las telarañas del dejarse hacer no son sino estímulos alimenticios de buscar y hasta justificar una realidad.

Es duro. Muy duro. La oscuridad no parece abrasar y sí abrir los alveolos inmediatos. Engancha como cuando todo el día se convierte en noche. Atrae cual un imán fatal y conocido, en donde uno juega con los tiempos y con las sombras.

El patetismo abraza al beso y tratan de hacerse amigos conciliables. La situación devora otros esquemas y se derrama sobre la acción individual. Más respeto.

Ahí adentro mora un ser humano. Inteligente, delicado y puro. Lógico y exigente, leído y práctico. Y el adentro, se bifurca y se multiplica dando paso a más huecos y laberintos interiores y más que conocidos. Es como si Cronos hubiese fenecido hace muchas décadas. ¡Stop!

Y entonces, yo decido rendirme a mi verdad, y desafiar revolucionario a mi miedo. Y en medio de la noche que pasa por ser el todo, decido que ya está bien y entonces rompo esquemas.

Porque mi miedo no es ni será oscuridad. ¡No! Mi tiempo será una cosa de dolor y de dinámica mucho más impulsiva. Y entonces, estallo ...

Me levanto y digo, ¡hasta ahí! Y haciendo un potente y necesario esfuerzo, rompo el marasmo de la nostalgia abrazando mis deseos.

Porque la vida se intuye ahí afuera. Se respira mucho mejor. Me gusta la exposición y mi propio riesgo. Y allá que voy. Ante el asombro de las criaturas de la nada; ante el hipotético reproche de las cosas de otro mundo que a mí no me sirve. ¡Adiós, puertas!

Y entonces, sonrío. Y avanzo, sigo avanzando, y continúo caminando, y nada ni nadie deberán frenarme. Y abro la puerta y la traspaso, y sigo buscando casi a la desesperada el exterior. Una o dos puertas más. Me es indiferente. Alea jacta es. La decisión está consolidada y tomada.

¡Salgo al exterior! A la coqueta terraza, desde donde se divisa una panorámica de sana verdad. Y allí, en la terraza ya no sudo, ya no siento agobio, respiro como si hiciese yoga, veo a quienes pasan, vuelven y circulan. Coches, personas, pájaros, hablares, risas, gestos, posturas y vida. Vida que te atrapa y te ordena. Vida que te guía y te permite salir de la oscura claustrofobia, que me da besos y promesas, que me sugiere finales felices y páginas bien nuevas que destrozarán hojas del calendario.

Porque es necesario sentirse bien, sentirse seguro, sentirse vivo, sentirse actual, sentirse amado; sentirse ...

¡SIN DUDA!
 

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