domingo, 3 de octubre de 2021

- LA CASA DEL TERROR AMOR. -



Tomé las llaves cedidas, y no pensé. Hacía ya meses que no abría la puerta de aquella casa. Esa casa, está a esas horas en silencio absoluto. No se oye nada aunque muchas cosas chirrían mudas.

La entrada es engañosa y no ofrece mayores sorpresas. Ahí hay mucha estrategia inicial. Encima de una mesa, hay unas fotografías familiares. Y algunas ausencias en esas fotos. Significativas, aparatosas, sorprendentes, azarosas y patológicas.

Me adentro en la casa. Son las once de la mañana de un día soleado. Pero en este piso interior, no cabe la luz. Y más, cuando todas las persianas permanecen bajadas.

Conozco demasiado bien a quien habita este lugar. Y me observo a mí mismo y me noto un tanto diferente a ocasiones anteriores. Mis propósitos son benefactores. Pero en otro tiempo me invadió una especie de crítica dislocada y agresiva, rigurosa y hasta autoritaria. En esta ocasión, me noto más compasivo y humanizado, comprensivo y hasta tolerante. Me está pudiendo la cercanía sanguínea y de la raíz.

El cuarto de baño está cambiado, al igual que la cocina. Pero la estrategia es idéntica a la de otras ocasiones. El dueño del piso ha decidido esperar a que todo se ajara, para desecharlo y comprarlo todo nuevo.

Don desorden todo lo preside. Papeles por todos los sitios, pereza para depositar cosas en el cubo de la basura, más desorden, absoluto desconocimiento de la disposición de los enseres de la casa, y un potentísimo desinterés. Una abulia y hasta inopia, rechazables de remate.

La cama del dueño, su cama casi histórica, no está. Parece haber desaparecido casi por ensalmo. En su lugar, una cama con pinta de recién comprada, ha substituído al camastro anterior. Decisión drástica y nada meditada. Porque el dueño de este sitio no quiere ni sabe pensar.

Sigo tratando de no ser crítico con él. Aquel lugar es un desastre con una falta de higiene galopante. El orín, por hábito, sigue en el orinal como todos los días y en el interior de su habitación. Cuando vuelva del trabajo, el señor verterá dicho orín al wáter y ya vacío dicho orinal, lo volverá a despositar al lado de su cama. Se ve que no quiere levantarse por la noche cuando le entran las ganas de la micción, supongo que por temor a desvelarse, miedo a rastreros, o simplemente por comodidad y autodejadez. Lo mismo que irse al trabajo sin verter el orín al baño. Son décadas de repetición periódica de una más que errática conducta.

Con audacia, voy abriendo las luces de las diferentes estancias. Y observo que hay una significativa substitución. La cama de la madre del dueño, no está. La ha desechado finalmente. Y ahí aparece una novedosa cama de matrimonio. Todas las superficies de las distintas estancias, están ocupadas. Apenas se pueden observar calvas de ausencia. Ropa tirada de cualquier manera, disposición cutre y analfabeta de las cosas, más trastos y más papeles por doquier. Un par de botellas de matacucarachas y otra de algo similar. No aprecio olor alguno a ambientador por ninguna parte. Pero no huele demasiado mal o extraño. He vivido demasiados años con el dueño para no detectar su olor habitual.

No me ofrece ninguna sorpresa lo que observo. Lo esperaba. Noto dolor y lástima. Me consuela saber tímidamente que no ha habido cambios significativos con respecto a mi anterior furtiva inspección. Normalmente, la disposición y el estado de las casas dice muchísimas cosas de nosotros. De los visitantes y de los dueños.

Al fondo, hay un cuarto trastero. Casi se podría decir que es el cuarto más trastero de todos. Porque todos huelen a trastero. En esta última habitación trastero oficial, se acumulan muchos enseres y objetos. Elementos que fueron, que permanecen siendo, que no sirven para nada, material de obra preparada para actuar y que forma parte de las estrategias de un bribón que el dueño conoce y contrata. Y un objeto especial, que me impacta.

Este objeto, es un símbolo eterno y forma parte de algo muy importante para el dueño de la casa. Es un objeto que simboliza la vejez y la vulnerabilidad, pero que en última instancia es un elemento equívoco.

Se trata de un bastón. De un bastón pequeño, porque la madre del dueño era bajita. Y en los últimos años de su vida, la señora llevó siempre con ella este objeto. Incluso cuando yo la llevaba en silla de ruedas y ya no le podía servir a ella para nada. Pero la mujer, debía llevar siempre encima dicho bastón. Para ella, era absolutamente imprescindible.

El bastón. Símbolo de poder. El bastón de mando de una mujer desesperada que ha secuestrado y ha mucho al dueño de la casa. La madre del dueño siempre ha ejercido sobre él y su entorno una influencia absolutamente decisiva. La madre imaginaria, las renuncias del dueño, la influencia sobre la familia, y un juguete roto en medio de una atmósfera irracional.

¡Maldito bastón! Y, qué sorprendente y creativa puede ser la mente humana. Un inocente bastón me parece mucho más importante que todo lo demás que he visto en esa casa. Pero hoy he apreciado en mí más ternura y comprensión. He tenido terror interior y evocador, pero también afecto ante un ser derrotado. Es toda una potente y desagradable experiencia, transitar por la casa de un hombre en la lona y desnortado.

Por cierto, que el dueño de la casa sigue en forma. Creo que es anoréxico. Y no falta en el mismo salón comedor, una bicicleta estática más que utilizada, pero actual. El dueño odia engordar aunque nunca ha estado gordo. Me consuela pensar que el ejercicio siempre puede ser positivo y merecedor. Ojalá pudiera ser así.

Fin de la expedición. El señor sigue más o menos como siempre. Esta vez no he querido abrir las ventanas ni ventilar el lugar. He querido pasar absolutamente desapercibido, y me cuidado y esmerado para que el señor de esa casa nunca sospeche que le tutelo porque debo quererle y es mi obligación ética a pesar de todos los peses. Prefiero pasar por ladrón que no que me monte un pollo y arme un escándalo. Oficialmente, yo siempre deberé ser su vasallo. Y si intento traspasar esa línea definitiva, todos los males de los dioses en guerra podrán salir de su boca así como sus puños en dirección a mí. Toda discreción, pues, habida, posible y por haber. Hayla.

-SOLO FUE UNA BUENA ACCIÓN POR MI PARTE-

 

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