miércoles, 20 de octubre de 2021

- DE LOS MÍOS. -



Es castizo. Valenciano. De aquí. Rubicundo. Pelirrojo. Ha venido varias veces a mi casa, para efectuar trabajos con el fin de protegernos de la intrusión de esas ratas del aire que son las palomas, las cuales son capaces de introducirse en el falso techo de la finca, con el consiguiente riesgo de degradación y no digamos para un lugar que tiene más de ciento veinte años de edad. Un lugar histórico habito.

Se llama, Javier. Y lo que  hace este experimentado obrero, es hablar mi idioma y tener características de su tiempo que es el mío.

Es difícil encontrar a gente así hoy en día, porque aquella atmósfera hace tiempo que se fue, y el perfil de los profesionales suele ser el de mantener una actitud impostada, interesada, agresiva, competitiva, puntual y hasta prepotente y antipática. Hablan otro idioma.

Mi barrio ya no existe. Solo quedan de aquel tiempo los edificios, muchos o la mayoría de ellos, en interminable,-por molestias y ruidos constantes-, y continua rehabilitación.

Los míos, se fueron de aquí. Los abuelos ya faltaron, y los hijos decidieron dejarse de nostalgias, abrazar la practicidad de afincarse en barrios y pisos más modernos y actuales, y vendieron dichas viviendas a los habituales especuladores.

Javier, lo sabe. El obrero bien valenciano de las palomas, me recordó con su peculiaridad y cercanía, que hubo otro tiempo y que existió otro idioma y otra actitud. Y por unos minutos pensé que mi barrio resucitaba de entre el pasado, y volvía afortunadamente al presente.

Javier se nutre de la experiencia y de esa calma que tiene la gente agradable que mima éticamente al cliente. Porque percibe al cliente como bastante más que a alguien que solicita un servicio. Javier sabe ponerse en su lugar. Lo mismo que hacía el panadero señor Salvador de toda la vida, o la farmaceútica que te quería más que te orientaba, o hasta el empleado de banca que te aconsejaba si tenías pasta, o el frutero que era mucho más que un busto parlante. O que el cartero, al que tantos años seguidos de no ser deslocalizado, era también del barrio. Y conocíamos su nombre. Sí. Aquella cercanía de aquella sociedad.

Cuando sea mayor, quiero ser como Javier. Y que no me afecte tanto el cambio social y los nuevos tiempos tan distantes y para mí profundamente fríos y extraños. ¡Oh, aquella idea de la real vecindad! ...

Mientras hacía sus trabajos, el rubicundo Javier no dejaba de sonreír y de quitarle drama a las cosas. Hablaba clarito pero sin molestar, medía sus palabras pero te hacía poder entender su argumentario. Y cuando se percataba de que no le habías entendido, se daba cuenta y te lo repetía hasta que se cercioraba de que lo habías pillado.

Javier, además, conoce aquella Valencia que es mi cuna y mi verdad. La otra. La de mi idioma de antes, sabe de sus calles, tiene una visión general de cuanto acontece, y no parece especializado en nada en concreto. Mas lo suple con su aplastante sentido común.

El hombre ve los errores y las imperfecciones que asolan el barrio, pero más que rechazarlas lo que hace es explicarlas. Utiliza evidentemente su sentido crítico, pero también es capaz de ponerse en la piel de los protagonistas de la nueva sociedad. De la de 2021.

Yo, le he entendido. Javier no cierra los temas a pesar de su currículum extenso. Sino que decide ser práctico, aunque no olvida. Y elige los momentos para ser condescendiente o criticista. Te mide, te ve, te examina, le importa la cara que pones y se basa en ella. Se pone individual y en tu piel. Sabe ser humano. Y me quedo con esta frase. Ser humano.

Javier ha mamado la esencia de un tiempo,  y no pierde esa referencia a pesar de todos los enconos imparables de nuestro tiempo que también es el de mí. El hombre sabe que hay que reír también, que hay diversidad, y que la vida es muchísimas más cosas que ponerse serio y aséptico.

-COMME IL FAUT-
 

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