Sobre las once y media de la noche del lunes 1. Algo raro, extraño, un ruído, alucinante, inesperado, casi imposible o de la ciencia ficción de los tebeos, como un no puede ser, algo enigmático y a la vez sentido, como un aviso o alerta en el espíritu. Como algo sin respuestas iniciales. ¿Qué coño pasa? ...
Salí afuera. Nada. Algunos encendieron las luces, pero nadie decía nada. Era el imperio del silencio. Nada se había roto, todo estaba en el sitio, nadie herido, el edificio en perfectas condiciones, pero por adentro iba la procesión. ¡Hostia! ...
Yo estaba en una habitación al lado del ordenador casi escacharrado, y tuve seguramente la fantasía de que el edificio se bamboleaba y saltaba algo hacia abajo. Lo único cierto fue un demoníaco estruendo de escasísimos segundos. Yo vi bailar parte de la finca. O mi miedo lo vio y todo fue el acojono y el no saber muy bien. No sé qué pasó.
Nunca había sentido algo así. Recuerdo hace algunos años otro terremoto raro de esos en forma de un ruído fuerte en la zona de la puerta. Como un maleducado que suelta un portalazo sin delicadeza. Desde entonces no viví lo de los escasos segundos de ayer. ¡Uff! ...
Y al otro lado del sobresalto, me di cuenta de que somos tontos y erramos nuestro modo de vivir. Me sentí un pelele vanidoso y aburguesado. Una frivolidad eran mis enfados o mis contratiempos. Me sentí plenamente social y familiar. Como un niño. Integrado. Buscando referencias. Miré al digital en la prensa a ver si algún periódico decía algo. Y no vi nada y me tranquilicé extrañamente. Era tarde. Era cuestión de no alarmar a nadie y de ponerse a dormir. Pero insisto en que todo me pareció más social por compartido. Sé que muchísimos, los que nos llevamos bien y los que nos llevamos mal estábamos igual de acojonados o inquietos. Éramos un dolor atomizado y muy poco expresado. Pero nuestra voz o nuestro whatsap era nuestro semblante y nuestra extraña sorpresa compartida. ¿Qué ha pasado? ...
Todas y todos tenemos nuestra particular película e historieta acerca del terremoto de Valencia, cuando el día 1 ya se iba a descansar tras haber hecho su entrada triunfal a golpe de uva y confetti con champagne. Todo banal, ordenado, previsible, lo que tocaba, y al final un extraño intruso. ¡Algo! ...
Una mierda. Así me sentí. Y relativicé mi vanidad y todo es ahora más común. El terremoto fue como un aldabonazo social en las conciencias. El susto es social y compartido. Nos reímos porque no pasó nada. Pero, joder, si llega a pasar nos la cargamos ...
El aviso social. La pijada de los tres segundos tontos esos, me puso en guardia. Era y es cuestión de reunirse y de ser más serio y coherente. Nos complicamos los seres humanos las cosas y nos da por ser distantes y pertenecer a un club selecto. Pero tenemos el mismo miedo común que cuando nuestra madre nos parió. El miedo a morirnos nos hace ir al mogollón del afecto y del calor, a los otros, a la melée protectora y a la comunicación sincera. A la verdad. ¡Joder! ...
Es mi lección de mi terremoto de Valencia que no quiero que nadie comparta. Pero nos conviene mucho compartir y no aislarnos. Nos conviene charlar y darle a la singüeso. Tema hay. Estamos aquí, somos, sentimos, nos necesitamos y debemos aceptarnos entre nosotros muchísimo más. Esto no es solo de los japoneses ...
La Naturaleza manda más que los banqueros o que la gente corrupta y sin escrúpulos. Más que los Dioses o los Papas. La Naturaleza es un avión mágico y gigante que hace lo que le sale de los calcetines. Y todos como hormiguitas a mirar.
¡COLLONS!
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