Poco que hablar. Nada de magia ni de preguntas. Poco de comerse la cabeza. Cero de elucubrar acerca de los porqués. La única verdad es que te he conocido y me he puesto contento. Y hacía mucho tiempo que se me resbalaba de las manos esa misma palabra feliz.
Sí. Te he conocido. Y un día quedamos para pasear por Valencia. Por mi ciudad, que tú casi ya no recuerdas a pesar de que estuviste un tiempo por aquí. Y no le veas más. Solo sé que me cogiste del brazo y nos pusimos a caminar. Y yo estaba envarado, caminando a tu lado achulado, nervioso, y como descreído de mí en unos primeros momentos. Pero tú me ayudaste con tu firmeza y tu confianza. Y me vine arriba, ¿sabes? Porque yo siempre he de venirme arriba.
Sí. Caminamos. Y en un momento dado me diste la mano y yo casi que no supe hacer con ella. Si cogértela con mi manaza, que si cómo se pone para no avasallar, y que si mil tontadas e inseguridades más. Vicisitudes y cosas mías.
Eres alta y de pelo claro, de una edad parecida, y que todavía no sabes muy bien de la tierra que quieres ser. Te gusta el arte y la cultura y huyes de lo banal. Pero nunca de mí. Eres dulce como una sorpresa y yo sé respetar tus tiempos. Eres rara como yo, y mujer. Eres mujer. Y a mí me gusta ser mucho más el hombre que soy cuando a mi lado caminas.
Me puse a respirar tranquilo. Aquello era paz, podía ser paz, e iba a ser paz. Siempre, paz. Y estos paseos contigo me dicen que estoy en un camino masculino, espectacular, y a la vez natural como el agua que bulle desde un acogedor y cálido niño manantial.
Te besé en la mejilla. Me besaste en la mejilla tú también y me miraste a los ojos. Me reprochaste mi leve ósculo y yo te dije que tenía miedo a hacerte daño o marca. Tú, me sonreías. Sí. Qué marca ni qué leches. La vida está para la libertad y para los buenos momentos. Más fuerte el beso.
Oye, ¿y yo qué he hecho para que tú estés a mi lado? Tú, me sigues mirando curiosa y divertida. Como si yo tuviera que haber hecho algo especial. La vida es especial y una máquina caja de sorpresas y de crecer, y una aventura absolutamente imprescindible.
De modo, que me atreví con los dedos de tus manos en el interior de mi bolsillo de invierno. Jugueteé con ellos y tú notaste el jugueteo y no me dijiste nada. Te gustaba el jugueteo.... ¿y por qué no te iba a gustar mi masculina picardía? ...
Te enseño cual cicerone mi ciudad. Te fijas en las calles y las vas conociendo, y hay paz y complicidad entre nosotros dos. Nada de locuras que ya somos adultos, pero bien poca concesión a los solemnes y al tabú. Somos personas y nos gusta estar a gusto y paseando. Un hombre y una mujer que se lo pasan bien juntos. ¡No problem! ...
Al despedirme el otro día de tí, te di un beso en los labios, y tú me diste otro. No se acabó el mundo, ni las campanas de las uvas del juicio final. Fue un acto cómplice y deseado. Lógico.
Y yo caminé ahora hacia mi casa. Y cené muy a gusto. Y he dormido mejor, aunque es superable y tú lo sabes. Pero ahora me acompaña un gozo interior e irrepetible que apenas conoce la vergüenza, y en donde la convicción acorrala a la timidez.
-MI BESO, TU BESO-
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