Carismático, original y creativo. Artista popularísimo en mi España de los 70 y de la Transición. Gordo, con sus enormes capas y vestidos exóticos que llamaban la atención por su inusualidad. Era egipcio, pero igualmente griego, y español, y de la música romántica, y de su tiempo, y tremendamente simpático y respetuoso, cordial y amable. Con una potente voz fina y penetrante de barítono suave y a la vez llegadora.
En mi España fue más que un cantante popular. Fue alguien que enganchó y conectó con una sociedad como la española que deseaba cosas nuevas y del extranjero, y extravagancias, y novedades, y color de amor, y unas nuevas esperanzas tras el franquismo oscuro y terrible.
Demis Roussos salió en la Televisión Española. En la única cadena que había por entonces. En los programas de José María Íñigo, y en toda la dimensión mediática-musical de aquel entonces.
Gustaba mucho la hermosa voz de Demis Roussos. No podía faltar en ningún espacio de la radio y de la tele. Cuando la música tenía un sabor menos comercialoide, y cuando todavía no era todo tan producto de consumo. Cuando el artista tenía cancha y luz para poder improvisar todo su talento en directo y sacar lo mejor de sí mismo.
Mi tía Maruja, mi tío Juanito, mi tío Enrique, mi madre bonita, familiar siempre el orondo Demis Roussos. Encandilaba con su diferencia a los míos, y a los tuyos, y a los que vivieron esa época tan dinámica y tan de los sueños. Humanidad a espuertas.
Demis Roussos. Los discos. Recuerdo los discos. Demis Roussos vendía sus discos y sus casettes como rosquillas. Era de los números uno de mi país, y saltaba rumbo a otros lugares hispanos de idéntica lengua. América.
La sonrisa de Roussos era amplia y romántica, y sus ojos nunca serían tristes ni desgarrados. Roussos era dejarse llevar por la música que le brotaba a él, y desde la que expresaba su arte. Feliz en su música, en el amor. Sí. El amor romántico de aquellas baladas inolvidables como "Mañanas de terciopelo", en las cuales hacía gorgoritos personales e izaba sus cuerdas hacia los agudos transmitiendo a su público toda su expresividad y su alma.
Demis Roussos llenaba el escenario de entusiasmo y de ternura, y cuando su voz espectacular y llamativa era condicionada por Cronos y por los avatares del paso del tiempo, entonces Roussos se erguía desafiante y nunca renunciaba a su idea alegre de la luz. Creaba más.
Mediterráneo hasta la médula, tierno y afectuoso. Cercano, arrollador, pero nunca excesivo, llegador, conocedor de los mundos de los sentimientos, y caballero constante pregonando música y más música a lomos de su deseo imperioso y completo.
Hacía mucho que no se oía al gran Demis Roussos y ahora veo que se ha muerto demasiado joven, y entre obesidades y nostalgias. Pero la fuerza de Demis supera a tales evocaciones lastimeras cuando se valora su tiempo ya pasado y entonces te pones su música y escudriñas y descubres nuevamente su voz y su ritmo. Su show y su personalidad.
El mejor homenaje a este músico tan querido y tan popular, pasa por reescuchar sus canciones y aquellos contextos personales y de todos que que ya nunca más podrán volver pero que siguen grabados y eternos, vividos y sentidos, escuchados y transferidos a través del sentimiento y del orgullo del arte del cantar y de la música que casi ya es historia.
Siempre habrán "Mañanas de terciopelo". Y deberemos reciclarlas, y renovarlas y actualizarlas, y tenerlas siempre presentes en el objetivo interior de nuestros anhelos. Porque nunca vamos a ser robots ni a escondernos en personajes enmascarados que oculten su verdad. Demis fue sentimiento abierto y delicadeza tierna y entrañable. Por eso te hemos admirado y querido tanto, amigo.
¡GRACIAS POR TU MÚSICA!
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