jueves, 29 de enero de 2015

¿ MORAL ?



Yo tenía veinticinco años, buenas piernas y toda la disconformidad con el mundo. ¿Hombres? Buena cosa. Pero mi proyecto de mujer estaba capado por demasiados ausencias. ¿El amor sin dinero ni nada? Yo tenía demasiada prisa para esperar a mi alma gemela. El mundo  era un rémora fatal.
Me dijeron en aquella empresa enorme que ya me llamarían y que de momento, al paro. Hasta que vi su nombre en una tarjeta. Se llamaba Vilfred y estaba a punto de ser sesentón. Le caía el dinero de los bolsillos de tanto que tenía. Y decidí invertir en indecencia práctica y ubicativa. Me puse más barbie aún y le dije si podía ayudarme a encontrar algo en la parte de atrás de mi abrigo. Tras tal prenda invernal yo solo llevaba unos zapatos altos y unas mediazas con liguero.
El vejestorio se quedó de piedra y me invitó a un café. De sus labios con saliva salieron palabras oportunas. Me dijo que estaba a punto de divorciarse y que no lo hacía porque no quería quedar mal socialmente. Y en ese momento yo saqué mi vena sexy y le espeté: -  "¡Bobadas!" ...
Vilfred se me quedó mirando muy fíjamente entendiéndome a las primeras de cambio. Me dio su teléfono y quedamos para mil veces más.
Pasé de ser un protozoo a la estrella oculta de la empresa. Sentada con mi minifalda y mis escotes, me trajiné toda la economía de aquel lugar a través de la aquiescencia de mi superviejo. Ya éramos más que un secreto. Todo el mundo sabía que teníamos un gran rollo y que yo había alcanzado el olimpo económico por la acumulación de encuentros calientes con mi jefe. Y más que llenos de pasión.
El vejestorio era bravo. Y le iba cualquier mujer. Y me enseñó la vida del lujo y no de la no barrera. Tomé aviones y visité palacios y mansiones con jacuzzi, y superjuergas que siempre acababan con aditivos y estimulantes.
Huí de la droga y me centré en el sexo. Le di todo lo que quiso Vilfred y armé con mi osadía toda una metralleta que apartaba a todas mis rivales que también eran fundamentalmente jovencitas y con ideas similares a las mías. ¡Money! ...
Yo fue sincera con Vilfred todo lo que pude. Y me dije a mí misma que nunca mandaría currículums ni fregaría escaleras. Y nunca me quejé. No me dio la gana quejarme porque nadaba en un mundo que me llevaba a toda velocidad.
Diez años más tarde, mi Vilfred rompió en el catre mientras hacíamos maravillosos excesos de placer. No pudo más y le estalló el corazón. Yo, que le había visto flaquear anteriormente ya en varias ocasiones, había sido más que previsora. Vilfred había hecho testamento, y como estaba encabronado con toda su familia, me legó a mí lo mejor que pudo y me forré oficialmente. Yo, Sandra Smark, sería millonetis hasta mi mismo día de la incineración. ¡C´est finie! ...
Los hombres, no me daban tregua. Querían, todo. No solo sexo o ascender en la alta empresa financiera. No. Querían hasta amor y todo el dinero posible. Y yo empecé a estar aburrida de aquellos falsos pretendientes.
Alberto era un niño veinteañero y alto. Yo, casi le doblaba la edad. Le dije que sí porque le vi tierno y muy intenso. Me dijo que me quería y que era la persona más maravillosa del mundo. Que lo suyo era amor como de culebrón. Y yo decidí callarme mucho y sonreírle toda de la cabeza a los pies. Le reí. Se lo reí todo hasta que el muchacho me selló los labios con un beso lapa. Dos años de beso.
Falleció de accidente de tráfico hace tres semanas. Siempre le dije que no corriera tanto con el coche de lujo color negro que yo le puse en sus manos. Nos habíamos casado, y ahora no solo soy su viuda sino que piensan hacerme la gran jefa sioux de la empresa. Diré que sí.
-PERO ME FALTA ALGO-

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