Algo tiene bien claro Enrique Fleitas. Que no quiere ver a nadie en el entierro de su madre. Para éllo, piensa no comunicar nada. No desea ver a nadie en el tanatorio. Y, para justificarse a sí mismo la citada idea y deseo, dice que quiere que la ceremonia de su progenitora se celebre en la más estricta intimidad. Solo, y como no tiene más remedio, su único hermano Florencio Fleitas podrá conocer el óbito de la madre de ambos hermanos.
Tapar a su madre para taparse a sí mismo y a su violencia contra el mundo. Tapar su propia realidad, para pasar él por la vida lo más anónimo y desapercibido posible.
Dicha madre, ya mayor y sin discurso, no fue en tiempos demasiado partidaria de tal idea de la estricta intimidad. Ahora, ya no puede decantarse, y Enrique Fleitas tiene una buena parte de la llave del final en el olvido de la mujer.
Y, ¿por qué todo eso si la mujer es buena, aunque un tanto extraña y dominante?, ¿por qué no dar noticias de una mujer estimada en la barriada y conocida de siempre por su sonrisa y hasta belleza eterna y sin arrugas visibles? ...
Porque Enrique Fleitas nunca la ha comprendido, y ahora en el fondo todo será una venganza y un castigo. Enrique hace responsable a su madre de no haberle dejado crecer, de no haberle dejado ser feliz, y hasta de que no haberse casado por su culpa. De que, si ella no hubiese existido, él hubiera podido tener otra vida y otra libertad más auténtica y real. Y aunque nunca se lo va a contar a nadie, Enrique Fleitas odia profundamente a su madre. Más que profundamente. Su idea del silencio, es una idea castradora, huidiza, autodestructora, violenta y letal. Su violencia que no puede escucharse apenas, es una auténtica realidad que le lleva y le domina. Es una violencia basada en la irrealidad y en la autotrampa. Porque Enrique Fleitas necesita hacer su exorcismo para redimirse. Su madre y su recuerdo, le dan náuseas e impotencia. Por eso quiere que Cronos y los recuerdos la ahoguen en la indiferencia y en el propósito de que nunca existió la persona que le dio el ser.
Afortunadamente, Rufina R. Fleitas, no está sola. Y tiene un valioso aliado. Sí. Exactamente, su otro hijo. El ya citado, Florencio Fleitas. La gran mosca cojonera del desnortado e ido Enrique.
Florencio Fleitas es otro hombre, otra cosa y otra realidad. Autenticidad y coherencia. Quiere honrar la memoria de su anciana y hermosa madre. Y, para éllo, no tiene buenas noticias para un Enrique Fleitas que habrá de tragar, y pasar un muy mal rato el día de la fúnebre ceremonia. Del adiós público y notorio.
Y tiene claro, que su madre nunca pasará desapercibida. Porque desea que Rufina sea valorada y honrada, y así es que comunicará a todos cuantos sabe que la quieren, la fecha y hora de la ceremonia.
Sí. Llorará mientras lo dice, pero avanzará Florencio, y será cerebral y hasta aparentemente frío. Y todas las personas que la tienen amor a su madre, acudirán a la citada ceremonia. Sí. Irán muchos más de los que el taimado Enrique Fleitas hubiese querido. Y en la barriada cuna y raíz de ambos hermanos y de la madre, nada quedará desapercibido ni ignorado. Todo el mundo sabrá que se ha muerto y muchos harán por estar allí.
Enrique Fleitas teme ese día. Porque no quiere a su madre en el oropel ni el presente. Solo desea meterse dentro de su atmósfera extraña, y correrse el mismo velo que piensa para ignorar al ser que le dió a luz.
-Y ESE DÍA ESTARÁ AHÍ FLORENCIO-
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