En el mágico monasterio futbolístico de Wembley, el clásico e histórico Bayern de Münich de Jupp Heynckes, se ha proclamado Campeón de Europa por quinta vez. ¡Oh, la Champions! ...
Fue un partido muy alemán, y no solo porque los finalistas fuesen de dicho país, sino porque jugaron con esa sobriedad, intensidad y empaque, que tanto le da marca y bandera a su fútbol.
Dignísimo rival el más que animoso Borussia de Dortmund. Partido tremendamente igualado, que solo se resolvió a un suspiro de entrar en la prórroga.
La primera mitad, fue amarilla. El Dortmund sacó toda su brillantez en el pressing, y logró asfixiar al equipo muniqués. Fue un equipo fresco y entusiasta, con un gran Gundogan y Reus, y sin notarse la ausencia del lesionado Götze. Sobrio y elegante Hummels, y a pesar del mayor dominio de la pelota del Bayern, quien ofrecía más solidez y alegría era el Borussia. El descanso llegó con tablas y sin goles.
El segundo tiempo fue otra cosa. El Bayern comenzó a sacar su enorme calidad, empezando desde un colosal y soberbio Javi Martínez. Comenzaron los golpes de los boxeadores sin miramientos. Ahora atacaban los dos equipos. Los porteros de ambas escuadras no daban abasto para salvar in extremis disparos y remates con olor a gol. Paradones por doquier.
Se adelantó el Bayern gracias a un gol del rápido croata Mandzukic. Pero más tarde, tras un penalty infantil del brasileño Dante, Gundogan hizo tablas a uno. Parecía abrirse de nuevo el partido. Pero el Borussia menguaba, y el Bayern sacaba su majestuosidad y su enorme paciencia y calidad.
El "lagarto" Müller comenzaba a hacer de las suyas, Schweinsteiger renacía de su más que gris primera parte, y el dominio compacto del choque hacía pensar en que los muniqueses se llevarían el gato al agua. Y aunque al final fue así, tuvo que acompañar el sufrimiento y la fortuna.
Robben. ¡Oh, Robben! ... Cuando los partidos se ponen planos y previsibles, entonces se precisa la sal y el genio. Pero el calvo y rapidísimo extremo zurdo holandés, estaba desesperando a más de uno. Porque había fallado él solito nada menos que tres goles, al trabucarse de nervios y torpeza.
Pero el fútbol sabe que necesita jugadores así. Que la sal y la salsa ayudan a dar sabor y éxito a los platos previsibles. Robben es individualista y una bala, chupón y alocado, pero es tremendamente audaz y siempre peligroso.
Por éso, y cuando faltaban escasísimos minutos para que terminase el partido y comenzara la prórroga, el fútbol azaroso premió al veloz calvo. Y Robben mandó a la red y a la lona al Dortmund. Marcó el 2-1, y se emocionó. Todos queremos a un tipo que se atreve a saltarse las normas. A un tío libre y heterodoxo, que siempre tiende a anunciarte sorpresas aunque sea a sobresaltos e incertidumbres.
Fue una final entretenida y digna. A pocos aburrió. La fiesta alemana de Wembley acabó con el justo triunfo del Bayern, que acabó sacando a relucir todos sus valores de serenidad y de consistencia tradicionales. Aguantó el temporal como los buenos, y luego acabó imponiéndose a un más que digno y alegre Borussia Dortmund.
Sí. Wembley está contento. El fútbol de sabor y sorpresas es el que más nos gusta y emociona. El fútbol de grandes y de contrastados ganadores.
-COMO EL BAYERN-
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