Hace un par de semanas, vi a mi vecino de la barriada muy extraño y desmejorado. Hacía algunas cosas raras y temerarias. Se desorientaba, y no sabía si caminar por la calzada o por la acera. Mas el orgullo del señor Salvador no le permitía reconocer sus cosas ni cuidarse adecuadamente.
Iba vestido con demasiada poca ropa de abrigo, y yo le reprochaba amistosamente dicho descuido. Pero el histórico vecino viudo señor Salvador, ya apenas podía escucharme. El alzheimer y la senilidad, le atacaban de un modo cruel. A gran velocidad.
Me cuentan que el otro día se cayó al suelo, que se lo llevaron al Hospital General, que no le vieron mucho futuro terapéutico, y que decidieron trasladarlo finalmente al Hospital La Fe, donde permanece en espera del fatal desenlace.
No puedo ir a visitarle, y me apena. Me gustaría poder verle y hablar con él, antes de que la letal guadaña lo deje frío. Pero no sé si el tiempo anecdótico que me restan los cuidados de mi madre, me lo podrá permitir.
No obstante, prefiero recordarle como un vecino de verdad y de los de antes del tiempo de hoy. Yo hablaba con el señor Salvador porque le quería. Porque él formaba parte de mí, conocía a mis padres y a mis abuelos, era mi barrio, y lo seguirá siendo. Era el próximo y más cercano vecino, y viejo de la tribu mío y de mi identidad.
El señor Salvador, y yo. La gente nos miraba al pasar y se asombraba de las maneras y del afecto que nos unía. Le tenía tal afecto, que a veces reñíamos por tonterías, y porque nos lo podíamos permitir. Y a los pocos días, ya estábamos de nuevo charlando como siempre. Sí. Charlábamos de la actualidad, y con su cabreo de cascarrabias entrañable. Siempre, en la lengua valenciana. Aún quedamos ...
Se encendía cuando hablaba de Zapatero o de Felipe González, y a mí me decía que yo era un comunista y un rojo. Y cuando me lo soltaba, me venía la carcajada sincera y auténtica. Y mi risa natural, era una caricia para el viejete próximo y respetable.
El señor Salvador era de Franco y no tragaba a los políticos ni a los funcionarios, y no pasaba una a nadie. A veces se iba a Iberdrola o a Telefónica a decirles que sus facturas eran incorrectas, y que o se lo arreglaban o veríamos a ver ... Tenía coraje.
Genio y figura, el señor Salvador. Se me muere. Su hija discapacitada me ha soltado con rabia esta mañana cuando le he preguntado por la salud de su padre: -"Mi padre está muriéndose ..." Y acto seguido, se ha marchado furiosa de mi lado. La pobre mujer no acepta el dolor. ¿Por qué la abandonará su padre? ¡Coño! ...
Sí. Yo también noto el vacío. Me falta el señor Salvador. Quizás haya milagro y vuelva a mi calle de toda la vida. Aunque soy tremendamente realista. Sé que nunca más volveré a ver a su referencia amable y siempre peculiar de valenciano y mágico a la vez.
Se me muere el señor Salvador, y siento en el alma varias cosas. Y quizás, la más rigurosa, es la prisa y la fugacidad de la muerte que a todas las puertas toca y sorprende.
Ale, el señor Salvador ya no está por la barriada. Me cuesta creerlo. A mí, como a su hija Amparo y a su maravilloso tesoro de nieta que es Stelita, me duele y sorprende mucho que se nos muera el hombre, el vecino, su aroma, su hablar, su porte orgulloso y hasta pasota, o su genio casi irreductible.
Pero, sí. La muerte está ahí. Terrible. Mas al final, también me doy cuenta de que la vida es lista y acaba ganando todas las partidas. La vida, sigue. Necesita, y es preciso que siga. El señor Salvador lo sabía. Él era realista, y no le ponía dramas al hecho de morirse.
Tenía mucha razón. Mi calle va perdiendo a un hombre trabajador y laborioso, que ya tenía una edad. Pero pronto vendrán otros personajes que taparan su recuerdo, y mil sucederes más que llenarán de renovada esperanza el brillo y el fulgor de mis plantas de mi balcón, y que harán que todo se renueve y envuelva en la firmeza de lo irremediable el sueño de lo imposible y de la sinrazón. Me sabe mal, señor Salvador y le quise mucho, pero la vida tiene estas cosas.
- QUÉ SE LE VA A HACER-
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