Nada existe para Enrique Sals. Sobre todo, cuando termina de trabajar y vuelve cansado de dicho trabajo. O, mejor, sí que existe una gran válvula de escape a toda su desesperación interior. Y entonces Enrique Sals enciende su ordenador, y ahí le empieza y le termina todo.
Es como si fuera buceado hacia un lugar estático e irreal. Como si le llevaran a muchos, a todos los sitios posibles. Sals sabe que apretando los botones del ratón de su ordenador le puede aparecer una increíble fantasía que convierte su tiempo de pena en algo extraño a la par que atractivo.
No existe el tiempo, ni las obligaciones, ni las conveniencias, ni las cotidianeidades, ni los sonidos exteriores. No. Solo existe una caja mágica e inexplicable, la cual le permite brujear entre páginas, dominios, chicas maravillosas y todo en lo que sueña.
No es que Enrique Sals apague el teléfono cuando se pone el internet, sino que ni siquiera puede escuchar el sonido, dado que le relaja, que le aparta, que le huye de sí mismo, que le permite participar realmente en la vida cibernética, que allí no hace frío ni lluvia, y ni siquiera un calor excesivo. Está bien.
Porque, hipnotizado frente al ordenador, Sals se defiende con uñas y dientes de una realidad que le espanta y le produce terror. Mas hay algo peor que todo éso. Que Sals no puede. Que se queda como petrificado y excitado frente a un mundo que está ahí, que es fácil, que le descansa, y que hasta le lía aparente y gratamente.
Sus líos de internet. Ni se plantea Enrique Sals qué demonios es internet, ni qué es un navegador, o un dominio, o un blog, o una web, o una página inapropiada o peligrosa. Ni hablar. Sals sería capaz de quitarse las gafas y de acercarse todavía más a su ordenador. Porque ese aparato que ya no se parece a una televisión ni a un periódico de papel, puede permitirle construír un personaje nuevo, distinto y hasta magno. El intento ser otra cosa, otro herido, otro galán, otro genio, otro ser humano u otra realidad que pueda imponerse patológica y destructivamente a sí mismo. Sí. Allí tiene de todo. Solo le falta que salga comida de Burger, o que aparezca un manantial real en el que mojarse los pies, o una princesa que le ame, o que alguien le diga que por estar ahí sentado como un bobo le ha correspondido una enorme cantidad de dinero ...
El mal camino de Enrique Sals, defensivo y absurdo, está teniendo y afortunadamente algunas interferencias. El otro día se quedó dormido con su cabeza pegada al ordenador, y cuando despertó ni siquiera sabía qué hora era ni en qué día estaba. Se asustó. Literalmente, se acojonó ...
Bendito temor. La mentira comenzó a parecerle algo para reflexionar. Él no era ese idiota. Él, era más. El ordenador no era la caja mágica ni el bálsamo de Fierabrás. Allí estaba pasando algo que le comía y que le angustiaba, en medio de aquel extraño imán de hipnosis.
Sí. Enrique Sals está ahora peleando. Pero, no compitiendo frente a su ordenador, sino consigo mismo. Todo empezó a tambalearse afortunadamente. Relativizó las cosas. Necesitaba parar y descansar, pero sin perder la coherencia.
Sals, logró sonreír. El camino sería bien largo. Porque se daba cuenta de que aquello podría ser únicamente un universo inventado y estirado. No. El problema, existía. Y Enrique sintió que le abrazaba la sonrisa de la certeza. Aquel trasto de cristal, se había apoderado de él. Era hermoso y excitante situarse y centrarse, notar que no se acababa el mundo si dejaba los correos y los contactos verbales, y que el amor estaba en otra dimensión.
Durante dos días, no enchufó Sals el aparato. Y entonces se dió cuenta de que estaba siendo radical con su propia reaccionada valentía. Podía estar de nuevo durante un tiempo prudencial delante de la pantalla, pero ahora mandando él. Y podía escuchar el ring del teléfono, el cántico de los pájaros, la risa de su vecina, y sobre todo, su auténtica realidad.
-LE LLEVÓ TIEMPO ROMPER EL IMÁN-
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