jueves, 14 de febrero de 2013

- EL MÚSICO -



Le veo todos los días al llevar a mi madre camino del Jardín Botánico de mi Valencia. Es un hombre muy alto y fuerte, que saca el violín, y se pone a tocar. ¡Oh, la música! ...
No tiene cara de mendigo al uso. Lo que tiene cara es de música, de artista, y también de distinción. Como si hubiese sido director musical o profesor de violín. Está altivo y bohemio, tocando su instrumento favorito. Como alguien orgulloso, distinguido, a la par que un tanto derrotado. Pero yo creo que solo está jugando a una etapa de su vida y de reflexión por superar.
Lo que más me llama la atención, no solo es su forma de tocar su violín. Es un personaje discreto, callado, y hasta de un romanticismo de una élite perdida.
Al mendigo músico, no parecen gustarle los temas populares o pegadizos. O, mejor, los utiliza de modo alimenticio y para ganarse la atracción dinérica de nosotros los transeúntes españoles.
Porque, este hombre, es distinto. Parece alto en todo. Lo que le gusta es tocar solo  y   en  libertad, y decidir los tiempos y las partituras. Le gusta lo impopular y lo selecto. Sí. Se nota que es muy bueno tocando a su manera, a su estilo, cuando le sale del corazón. Parece centroeuropeo, alemán, ruso, quién sabe de dónde ha venido, y como tiene un aspecto señorial y no procede, no me atrevo a preguntarle de dónde es.
Su música es de matices, fina y de clase. Académica. Es como si estuviera en el seno de una Filarmónica, haciendo música clásica y compleja. Parece gustarle la dificultad y amar el reto. Toca como un profesional de Viena o Praga, y sus brazos se mueven con una corrección  y firmeza que impresionan. Y no solo es elegante y apuesto cuando toca el violín. No. También lo es cuando se hiergue y se pone de pie, cuando te escruta con su mirada penetrante y saca su propia conclusión sobre tí. Y si le agradas o le agrada lo que ve, entonces el músico mendigo mueve suavemente los músculos de su cara y se le ve una sonrisa prolongada y reverencialmente educada. Sí. Es despistado, pero cuando ya te conoce, nunca o raramente le vas a pasar desapercibid@.
Sonríe, sigue sonriendo, y es tremendamente educado, fino y cortés. Y a continuación, se pone serio y con cara de profesional. Vuelve a su música y a su violín. Tiene aspecto más que de hombre bueno, de tipo educado y más que bien educado. De modales exquisitos.
¿Qué hará ahí junto al bellísimo y tranquilo Jardín Botánico un músico selecto y distinto? Seguramente, los vaivenes de la zozobra económica y de la crisis, lograr llevar   la  magia    itinerante de la sorpresa culta hacia el lugar más insospechado y hasta atractivo. Seguramente, el drama del músico mendigo, será un misterio que solo una música refinada podrá aclarar algún día.
No le busques demasiadas concesiones a la galería a este tipo que se aposta en una de las aceras de la calle de Quart de mi Valencia, y al lado de la Gran Vía. Ni hablar.
Ahora, solo es la música. La vocacional. La que sabe a Conservatorio y hasta a rebeldía a su manera. En cada fusa, o semifusa, o corchea, o matiz, o silencio, está la elegancia de un tiempo y de una identidad ignorada.
Solo pregúntale por la sorpresa de la música. Déjale en paz. Te lo está pidiendo con sus ojos en silencio. Y cuando te descaras, te acercas a él y le pones unas monedas en el platillo, el músico no se alegra en exceso. Se alegra, pero no se vuelve demasiado loco.
Quizás, porque no puede valorar mucho de nosotr@s. Porque lo que le gusta es que le sonrías como un gentelman o una lady, y le hagas una reverencia y una correcta sonrisa. Que, le aplaudas. Éso quiere más el músico anónimo. Que le hagas ver lo bueno que es tocando su instrumento, que valores su arte, y que destaques su talento aparentemente aparcado y extraviado. Es su cultura y su vocación. Su defensa cotidiana.
- ¡SUERTE, SEÑOR! -

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