No hubo la menor sorpresa en la disposición táctica del partido disputado en el Dinamo Arena de Tibilisi, totalmente lleno, con un césped inglés y con pocas pegas, y con fiesta y más fiesta en las animadas gradas de la antigua Georgia ex rusa y hoy ya independiente.
España tomó el balón desde el inicio, y ya no lo soltó. Georgia no tuvo rubor y le entregó el campo. Toda la posesión, hubo de ser de la Roja. Los georgianos se limitaron a atrincherarse bien cerca de su área, y renunciaron a todas las osadías.
Con ese cariz, los toques repetidos y hasta recalcitrantes por ineficaces de los centrocampistas hispanos, se chocaron con toda la anatomía y demografía estática de sus rivales. Cada vez que España intentaba abordar el área rival, se topaba con ocho tipos atrás y agazapados, achicando los espacios una y otra vez. Roberto Soldado, no lo podía pasar peor. Y además, los desbordes por las bandas no existían ni se producían.
Si a esto añadimos, que ni Iniesta o Silva estuvieron súper, ni tampoco Xavi Hernández u otra individualidad, la selección española tuvo que aferrarse y encomendarse de contínuo a la santa paciencia, y a la recuperación y tenencia del cuero. Mas la profundidad y la creación de peligro, eran absolutamente inexistentes. Solo un tiro de Silva al poste nos hizo tensarnos expectantes.
Lo demás, todo previsible y sin sorpresas a pesar de un tiro al palo de los georgianos con olor a gol. Control, dominio situacional, y enésimos y hasta tropecientos toques anodinos y previsibles. Sencillamente, y con estas estrategias modernas, no se puede pasar al área salvo cuando los genios tienen especialmente inspirada la luz. No fue el caso.
Cuando pasa todo lo anterior, te das cuenta de lo fundamental que es el área de penalty en este deporte, y el mérito y respeto especial que han de tener esos especímenes en extinción que son los ratones de área o los cazagoles. Valen hoy un potosí, aquellos jugadores capaces de inventarse un gol en un golpe innato de habilidad u oficio.
La importancia de un gol. La necesidad de romper las defensas y de descansar las tensiones y las ansiedades. No solo sea que en España no estaba ayer Villa, o que goleadores puros de área hay bien pocos a nivel mundial, pero te puedes dar cuenta de la inocuidad y hasta del bostezo que puede generar un fútbol sin profundidad ni peligro. Sin emoción, y plano.
Cuando en este primer partido de clasificación para el Mundial de Brazil 2014, parecía que los goles no podrían aparecer y que el empate inicial sería el definitivo resultado, Roberto Soldado cazó una pase de Cesc Fábregas y lo mandó a las redes georgianas.
Cambia todo. A un equipo magno como el español, el cual domina todo el tiempo de lo que quieras, le das un gol, se relaja, y se encuentra con su normalidad de gran equipo. Se van las ansiedades, se sedan las muecas, y se va uno a casa con el resultado en el zurrón que la grandeza de la estrellita de campeones ha de exigir. Vuelve la normalidad.
Y, en este partido aburrido, anodino y coñazo, valga pues ésta mi reflexión sobre cómo el gol puede mover las banderas y las ilusiones, y que puede tener una dimensión a la paridad y a la equivalencia con el tiki-taka y el arte. Si no hay peligro, no hay gol. Y si no hay gol, cuesta bastante más reivindicar la grandeza. España sufrió contra Georgia en Tibilisi. Pero valió la pena.
-OBJETIVO CUMPLIDO-
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