En el gran palacio de lujo y poder deportivo que le ha otorgado el presidente del Real Madrid Florentino Pérez, el entrenador y gran estrella mediática José Mourinho, disfruta como un avaricioso y sibarita rajá, y ejerce una tiranía conductual en la cual no desea tener ni tiene, el más mínimo rival.
José Mourinho hace exactamente lo que le da la gana. Es el rey deportivo del Real Madrid, domina totalmente a sus grandes estrellas, y decide pasar olímpicamente del periodismo y de los medios.
Prepotente, soberbio, hosco y líder, Mourinho parece gozar generando el desconcierto. Su idea del fútbol, solo se llama victoria. El tema de jugar bien a este juego y hacerlo vistoso, le trae al pairo. Mourinho desea poder, silencio y obediencia. No soporta una sola voz de discordia.
Él, nunca ha sido. Cuando las cosas van mal, elude su responsabilidad y lanza las basuras sobre todos los demás. Nadie puede ser mejor que él. Su ego no cabe en un armario. Parecería un dios sabihondo y futbolero, amante de la táctica estratégica, y de la verdad sorpresiva y ventajera de los malos de las pelis del Oeste. Persona y personaje, rivalizan ...
Se siente bien apareciendo como un perfecto cabrón. En la medida en que es adverso o rival, nunca puede pasar desapercibido. El gran enemigo de Mou, solo puede ser la indiferencia general. Ahí, el luso ha de sufrir mucho.
Se ha pegado con todo lo que se mueve, ha cuestionado a los mitos, ha faltado a Guardiola, y le ha puesto el dedo en el ojo a su sucesor Tito Vilanova. Es un tipo con suerte, astuto como un zorro, defensivista, despreciador de la estética ortodoxa, y un auténtico soldado vital del protagonismo y hasta de la tiranía. Y, además, tiene bien metida la idea en el cerebro de que quien le paga es un multimillonario que se apellida Pérez. Los demás, no existen ...
No siquiera, algunos de sus jugadores. A veces les castiga y bambolea, les zarandea y arrea, y al final disimula y les pasa la mano sobre el lomo y sobre unas heridas que él mismo provoca. Camaleónico y desconcertante, Mou es capaz de ganar en el casi sagrado Camp Nou de Barcelona al equipo de Messi, y sentar en el momento más inesperado en el banquillo a sus jugadores más en forma. Pongamos a Sergio Ramos o a Özil como los últimos ejemplos.
En las ruedas de prensa, carga contra los periodistas, y manda muchas veces a su segundo de a bordo, para que conteste lo que él se niega a afrontar. Mou siempre ha de tener razón.
Y cuando sus chicos meten un gol en el último instante, o cuando el árbitro les pita un penalty o una falta contraria, Mourinho sale del nervioso banquillo con un gesto autoconvencido de protesta y de rechazo visceral. ¡No, señor! ...
Con José Mourinho, el Real Madrid nunca irá camino de las simpatías generales, sino del pláceme del forofismo. Y en ese terreno bronco, adverso, tenso y excesivamente emocional y de pulsaciones difícilmente controlables, él es el rey de la gran melée.
Hasta que Mou no se vaya de la cuna de Pérez, seguirá sin haber placer sibarita en el juego, Silva continuará en Inglaterra, y el adinerado madrileño solo podrá presumir en el palco de los negocios, de victorias y poco de alardear de jogo bonito. Mientras el dios Mou sea el rey del Madrid, los estetas de la historia del equipo blanco deberán esperar y bien sentados.
-ASÍ ES, ASÍ LE VEO-
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