domingo, 15 de octubre de 2023

- DOS CARAS EN ANAIA. -



Profesora universitaria, cuarenta y nueve años en el DNI, docente hueso, aspecto un tanto hierático y de poco agradar, alta, severa al extremo con sus alumnos, seria, distante, con un vestir clásico, y con dos divorcios y tres hijos que ya vuelan solos y que que a veces se apoyan en sus padres. Se llama Anaia, y la relación con sus vástagos parece haberse vuelto lejana y hasta poco agradable. Se ven, pero bastante para quedar bien.

Anaia nunca se maquilla, y a veces grita cuando quiere tener razón, y argumenta y ata todos los cabos para llevarse el gato a su agua.

Hay un cierto consenso entre alumnos y profesores en que Anaia es desagradable, extraña, feota, dura, poco femenina, que ama casi al paroxismo su Química Orgánica, y que tiene bien pocas amigas en el Claustro universitario.

Anaia tiene fama de amargada, de inoportuna, desagradable, gafas de culo de vaso, y casi siempre viste pantalón con colores oscuros, prácticos, nunca nada de orlas o aderezos, y como si amara la negatividad de la amargura. Su gesto es casi más cerrado que serio. Tiene la mirada impasible de una creída que piensa que difícilmente alguien sabrá más que ella del tema que sea. Es capaz de ponerse unos zapatos de hombre con la excusa del unisex, y quienes la observan están deseando que se haga la hora de salir para alejarse de ella. 

Ha tenido enganchadas con algunas de sus colegas, pero la sangre nunca ha llegado al río. Y Anaia aparece con capacidad de dar sonoro y sutil carpetazo a los conflictos, y sigue, sigue siendo como es sin escrúpulos, complejos y siempre hacia adelante. Anaia nunca volverá atrás ni para retomar su zancada progresiva que nunca parezca que es un parón rico que sirve para rectificar y para aprender de sus errores. ¿Ella, errores? ...

De lo que no se habla porque no se sabe, es de que al salir de su Centro docente, hace un tiempo que dos calles más allá del gran lugar formativo, hay un bar en el que Anaia se ve con Felipe. Felipe, fue alumno suyo el curso anterior. Y aparece como todo lo contrario a lo que ella parece representar. Felipe es un joven veinteañero, tímido, apocado, que va sacando los aprobados con gran esfuerzo; un chico de pueblo al que parece costarle horrores adaptarse a la gran ciudad, altote como ella, inocentón, de buen espíritu, y con un parece que deseo de tomarse las cosas de la vida como un observatorio de reto. Felipe parece la Naturaleza pánfila y la víctima propicia para los descuidos de sus objetos en un ladrón avispado.

¿Anaia y Felipe?, ¿puede ser? ... Aquí no hay que ser augures sino descriptivos. Que no juzgue nadie y que siga real el curso del río de la vida que acontece.

Anaia invade constantemente el espacio personal de Felipe. El joven no puede evitar ruborizarse, y es entonces cuando Anaia se quita sus gafas de sol, le mira con fijeza coqueta, le sonríe, le levanta la copa de cerveza y ambos brindan.

Es un bar con poca luz y mucha intimidad. A Anaia le gana el poco empuje del mozo. Se siente realmente bien con él, y se ven casi todos los días en el citado bar, algunas tardes, e incluso alguna que otra noche de deseo insuperable.

Esta vez la mujer se ha puesto unos finos tacones, y una falda que tiene una apertura lateral que solo Anaia es capaz de regularle a Felipe con acierto, femineidad y ternura. Anaia no parece ser de beso fácil, y se pega el atracón de regalar sus ojos de mujer para que el joven se sienta con absoluto bienestar y confianza. Y paulatinamente, el rubor de Felipe no significa que pase serios apuros, sino que desea que las cosas de Anaia se prolonguen ad infinitum.

Anaia junta y roza su piel con la de Felipe. Y hace muchas más cosas tolerables en un bar. Como soltarse su abundante mata de pelo y dejarlo caer con energía sobre sus hombros, o insinuarle unos grandes y sensuales aros que cuelgan ahora dulces desde sus lóbulos pronunciados.

Anaia ya no es ese ser repulsivo que imparte Química. Porque un milagro de atracción ha cerrado todas las distancias, y todo es lo más parecido al disfrute y al gozo. Y debajo del mantel de la mesa han habido incorrectos toques cariñosos en las piernas de ambos, y Felipe solo sabe que con Anaia se está bien y se compensan los mil malestares que se tienen cuando se ha de madurar y aún no es posible.

Se veía venir. Anaia y solo Anaia, le ha dado a Felipe un franco beso en los labios. Y sin dejarle reaccionar le ha puesto mucha más apertura y toda la humedad en un segundo beso casi descarado, el cual levanta alguna callada suspicacia entre algún cercano a su mesa, cliente del bar. Y después puede haber absolutamente todo lo imaginable y abierto entre dos seres que se atraen con la potente evidencia de la realidad.

Felipe sabe que Anaia no vive cerca de la Universidad, pero sí que ella tiene vehículo propio, y que hay varias líneas de autobús que conectan la casa y la cama de la profe con el barrio obrero en donde está el piso de sus padres con los que vive.

-Y EL DESEO TODO LO FACILITA.-
 

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