
Se dejó empujar, zarandear, llevar, enmudecer y hasta ser soñado. Melwer decidió aparentemente no decidir, ser una inercia, una cosa extrañada y anodina, insignificante y absolutamente incomprensible.
Se mofaron de Melwer, le volvieron a zarandear, le buscaron las cosquillas y le auscultaron su verdad a base de golpes bajos y dolorosos.
Y Melwer no puso oposición y no dijo nada. Apostó por impostar un ser inconcreto y hermético, vulnerable y hasta simplón, menor y a la vez objeto de la inquina...