lunes, 25 de noviembre de 2013

- AYER ME DEJÉ LLEVAR -



Y, ¿por qué no? Me dejé llevar por un impulso necesario y positivo. Que es el impulso de la vida, del atreverme y del gozar de lo propuesto. Sí. Ayer me dejé llevar.
Hacía demasiados días que no lo hacía. Y ayer, al terminar la comida de confraternidad del Grupo Coral al que pertenezco, alguien puso música de discoteca.
Era la música contagiosa. La música de ritmo y acción. La que no bailé de niño, ni de adolescente, ni de joven. Y al escuchar aquella música que me lleva de cabeza al baile, no me pude reprimir. No logré pensar en vergüenzas, pudores o timidices. Porque mi deseo, mi felicidad, no eran procuradas por los demás músicos homenajeados que me acompañaban en el restaurante con sus familias. No. Mi placer y mi deseo, me nacían a mí. Desde muy adentro. Quería jugar a bailar, a divertirme , a hacerme el travolta en la pista de baile, y a mil cosas aparentemente resistentes. ¿Qué demonios me estaba parando manteniéndome pegado a una silla?, ¿qué tenía de malo ponerse de pie y disfrutar? ...
Yo, me sorprendía a mí mismo nuevamente. Sí. Iba de camino a la pista de baile abriéndome paso entre mi timidez y mis apriorismos extraños. No me lo pensé nada. Me dejé llevar. Y me olvidé de mis cincuenta y tres años aparcados por bastantes minutos. Cerca de una hora o más. Sí. O, más ...
Y una vez en la pista, me importaron mucho menos todas las demás cosas y personas. Solo importaban mis ganas de divertirme y mi alegría interior. Mi derecho a soltar toda mi ansia por recuperar los terrenos perdidos de mi vida.
Volví al atletismo. Me olvidé de mi rodilla izquierda y entré en una maravillosa euforia. Sin probar alcohol ni estimulantes que me sacaran de ningún rubor. Mi dóping eran mis ganas de mover el esqueleto y de hacer mil millones de cosas alegres y creativas. Mi cuerpo, es una de esas armas de creatividad.
Sin complejos, me puse a bailar a ritmo fuerte. Moví las piernas como un veinteañero y con gracia, alcé mis brazos, inventé arabescos, generé coreografía y no me cansaba nunca. Metí a mis compañer@s en la idea de soltarse y hacer lo que les diera la gana, y salió toda la verdad.
Sé que les sorprendí. Debieron pensar que cómo era posible que ese tímido y madurito, tuviera tanta energía e incansable vitalidad. Pero, había pocos secretos. No solo he sido deportista popular toda mi vida, he corrido ultrafondo y he hecho las mayores barbaridades físicas, sino que ayer mi verdadero motor no era corporal.
La alegría y el placer. El soltarme mis capas de cebolla. Ayer fui protagonista de mí mismo. Los hombres me miraban admirados, y las chicas y señoras tenían el contagio de la alegría y soltura de mis movimientos más libres e insospechados. Les rebasaba mi creatividad y mi falta de complejos, mi fuerza y mi imán de atracción. Yo, era magia.
En un momento determinado del baile, me relajé la euforia y me sentí más pleno. Aunque me lo estaba pasando de cine, esto solo era baile. Un trocito de la vida y de la libertad. Y todo lo que viniera detrás también era yo aunque no fuera tan grato. Porque mi vida está ahí.
-QUE ME QUITEN LO BAILADO-

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