Mi vida cambió por completo cuando tropecé y caí por un enorme agujero que había en el trazado de una ruta de excursión de vacaciones por la zona aborigen australiana. Zona de tribus y magia.
Aún hay lugares que el mundo de los blancos y del dinero todavía no desean ubicar en el mapa. Porque si descubriesen que bajo el trazado de este camino turístico hay algo de tabú, entonces desaparecería considerablemente el dinero del turismo en esta zona. Y eso no gusta.
No se lo pongo fácil a nadie. No tengo hijos, mi última mujer ni me recordará, y mi familia siempre fue un mero recurso literario. Cuando me caí al agujero, solo le interesé a la Agencia de viajes y a las Autoridades de por aquí. Supongo que se cansaron de buscar una aguja en un pajar, y más cuando fueron descubriendo que nunca nadie de mi familia me reclamaba. Soy un caso por resolver, imagino. Un desaparecido más ...
Tras caer por el agujero y perder el conocimiento, me impresionó además del tremendo miedo que tenía a que alguien me matase, que la tribu de los Smets me acosaba pero no me daba la estocada final de mi muerte. ¿Por qué no lo hacían? ...
Me tenían a prueba. La creencia de los Smets es que todo foráneo ha de ser eliminado y destruído. Para ellos, los extraños somos un peligro dado que consideran que podemos aniquilar sus vidas y costumbres. Caparles la identidad y la raíz. Además, el agujero no era ninguna trampa de guerra diseñada por ellos, sino una mera circunstancia en el camino. De hecho, los Smets ya taparon el agujero. Solo desean la paz, defenderse, y que les dejen tranquilos. Se sienten muy acosados y mantienen muy alto el orgullo tribal.
Pronto me di cuenta del porqué de mi no ejecución. Aquí respetan a los hombres viejos. Cuando me caí yo tenía setenta y cuatro años y todas las canas. Ese fue el motivo de su consideración. Era un retenido bastante respetado. Mucho.
Cuando decidí que nunca podría salir de este mundo, opté por estudiarles y hacerme a ellos. Comencé a sonreírles y a adoptar sus ritos y costumbres. Me hice Smet. Les ayudé en todo lo que pude, protegí a sus niños, les enseñé arquitectura dado que fue mi profesión, admiré a todas las mujeres con las cuales practiqué sexo dado que son polígamos, y por encima de todo decidí que lo que podía esperar al otro lado del hoyo tampoco me satisfacería tanto, sino que esa sensación aparente de libertad estaba preñada de demasiada fantasía e idealidad. ¿Iba a ofrecerme el capitalismo un nivel mayor de felicidad que el proveniente de mi convivencia y conversión en Smet? Tuve claro que no. Lo tengo claro.
Estoy absolutamente convencido. Aquí es el mejor lugar para mí, y un honor el ostentar y representar actualmente la máxima jerarquía de reconocimiento para esta tribu. Hace algún tiempo que me nombraron el Rey de los Smets. Poque soy viejo, porque los viejos de aquí mueren pronto dado que su niñez y su vida en general tuvo el condicionamiento de la dureza, y mi resistencia en mi senectud es vista como una magia y una virtud especial y única.
Los Smets me quieren y yo a ellos. Porque ahora ya no me siento de ningún país conocido, sino un Smet más. Somos un pueblo maravilloso que admira a sus mayores, que tiene la nobleza en el gen, y que solo atacamos cuando nos sentimos en una situación de peligro. Adoramos a los espíritus de la Madre Naturaleza que nos mece, y somos como véis absolutamente contrarios a la violencia.
Quiero morir aquí. Entre ellos. Entre mi pueblo. Soy, ellos. Todos somos una familia cuyo único objetivo es ser felices y que otros intrusos no nos digan cómo se consigue éso.
¡ SMET !
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