Ni siquiera la samba académica y sexy fue creada para el as jamaicano. Rodeado de bellísimas mulatas que bailaban su exotismo nacional a ritmo de sambódromo, belleza e idiosincrasia, Usain Bolt se hacía al baile para quedar bien con la alegría de un pueblo y de un baile singular y plenamente africano. Pero no era su baile. Porque los bailes del genio que ha ganado por vez primera tres oros olímpicos consecutivos en los 100 metros mediáticos y lisos, son danzas de libertad y de creatividad.
Las carreras del dios del atletismo fueron meros trámites obligados. No tuvo rivales y jugó con sus piernas eléctricas subiendo de nuevo a su olimpo. Los cien metros son ya poca cosa para su reto. Ya no puede rebajar la marca. Solo ahí Cronos puede con su veteranía. Pero Usain Bolt se va sin rivales de entidad. Ha jugado en Río de Janeiro 2016, y con su llegada ha sacado la verdad de la alegría. Le necesitamos ahora que nos va dejando. Casi tan importantes como sus autoritarias e inapelables victorias magnas, es su show posterior. Si Bolt no la montara posteriormente, nos enfadaríamos con él. Es la leche que amamanta al atletismo y la savia que necesita el rey de los deportes para que se incorpore a las primeras imágenes de todos los telediarios.
Ahora, en lo deportivo, el cuatrocentista sudafricano Van Niekerk y sin carisma, es su sucesor. Batió el mundial récord de Michael Johnson. ¡Impresionante! ...
Esto actual de la alegría dentro de la gran tensión y seriedad universitaria y deportiva, empezó a demostrarlo el estadounidense Willie Banks. Y cada vez que se iba a hacer su triple salto, se dirigía a los espectadores y les invitaba a aplaudir y a emocionarse. Cuando se retiró Banks, volvieron a contenerse e interiorizarse los grandes asombros y las grandes emociones.
La cultura de Jamaica es la heterodoxia y la danza. El atleta libre que puede sacar sus músculos y correr descalzo por entre la hierba bien rápido y cerca del mar. Jamaica es isla de negros y de enorme tradición atlética.
Y de esa cultura nació Usain Bolt. El bailarín, el hombre icono que hace la imagen del arquero, el creador de mitos, su necesidad de tirar a la basura todo el rigor y de jugar a correr y a divertirse. El especialista en quitarle solemnidad a esto del deporte. El deporte es más libre y para todos gracias a él. Los grandes ases no deben ser meros representantes diplomáticos encorbatados de embajadas y paridos para lo correcto.
Ahí se desmarca Bolt. Que no se cuente con él para una queja o para un lamento de la tristeza fatal. Usain Bolt es joven y ganador, y quizás no quiera saber que es el mejor. O, sabiéndose el mejor con diferencia, lo que desea no sea otra cosa que reivindicar el desnudo y despelote absoluto de sus emociones más evidentes. El ganador puede ser un chico simpático y distendido que sabe más del efecto mediático que el propio Muhammad Alí que se nos acaba de ir.
Bolt es un periodista más. El actor de Hollywood siempre dispuesto a irse a la discoteca de los platós atléticos. Le ha ganado a su temida lesión de hace un mes, se ha sabido el mejor de principio a fin, ha hecho lo que le ha dado la gana porque lo vale, y ha sido obediente con toda su expectativa de hacer felices a mucha gente entre la madrugada del Hemisferio Norte en la cálida noche de Agosto. Como un Wilie Smith o Eddy Murphy. Como esa alegría genética de su raza negra que es el ejemplo de la emoción abierta y contagiosa.
¡NO TE VAYAS, COÑO!
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