jueves, 25 de agosto de 2016

- LA TRISTEZA DEL SEÑOR PEDRO -




El señor Pedro está triste. Muy triste. Tampoco parece haber sido un alegrías. Porque cuando crea una situación cómica, o la proyecta levemente, o lo hace casi con temor a que le noten expresivo o emocionadamente activo. No quiere creerse la alegría.
El señor Pedro fue siempre independiente, claro y hasta testarudo. Ebanista. Se sintió fuerte y emprendedor, laborioso hasta el exceso, libre en su singularidad, y contrario al Régimen de Franco y a meterse demasiado en los líos. Es inteligente y agudo, parece faltarle empuje, pero ve las cosas con una perspectiva mayor que alguien de extracción obrera como él es y se siente.
Lo que le pasó hace un par  de años fue la putada más inesperada. Cronos lo tiró a la segunda división. Porque le entró un ictus y el señor Pedro no siente ya que tiene setenta años, sino ciento setenta.
Apenas puede andar. Unos pocos minutos con el tacataca y a sentarse de nuevo. Teme y puede caerse si avanza más metros de los que debe. Y está tremenda e indignadamente triste ante su injusticia. Realmente, es una injusticia cuando te coge un ictus a los setenta años. Y el señor Pedro, además de que no lo termina de concebir, es que él nota que su vida era vitalidad. Y ante tal panorama, opta por su sufrimiento interior incomunicativo e inexpresivo. Decepcionado.
Pedro me dice que su familia ya no le quiere, y puede que tenga algo de razón. Su vida es una carga prematura para él mismo, para su juvenil mujer, o para sus hijas.
Un día, Pedro también me confesó que la riada del 57 se llevó a su hermano y que él estaba allí en el momento de la tragedia y nada pudo hacer. Llora. Y eso que nunca llora. Pero, debería llorar más. Lo que pasa es que si lo hace, su familia le querrá menos. No sé. Puede que tenga razón el señor Pedro.
Rehacerse. Esa es la asignatura pendiente del señor Pedro. Comprende la distancia de su familia. La comprende demasiado, pienso yo. Sabe que tienen una cosa que se llama libertad y vida, y es consciente de que él nunca podrá estarles ya a su vera en ese aspecto. Él siempre parece que se sentirá adosado, rémora, segunda fila, olvidado, postergado y haciendo sufrir a quienes más quiere. Es su gran contradición. Que piensa con tanta puntería y claridad que no logra ser egoísta.
A veces, voy y le cuido. Y creo que él me conoce ya mejor a mí que yo a él. O, empatados. Y el señor Pedro agradece mi presencia, y que pueda desahogarse porque delante de los suyos es demasiado delicado lo que diría. Adora a sus nietecitos.
Observador. Observador pesimista, definitivo y triste. Fuerte físicamente, y con una lucidez mental que parece mentira que el ictus no le haya apenas tocado sus ideas matriz.
¿Hacer que el señor Pedro esté más alegre y no acabe por ser uno más entre los abuelos regañones? No es tan así. Lo que quizás puedo hacer es esbozarle ideas para que él siempre decida. Porque el señor Pedro sigue siendo el jefe sioux de sus tristezas y decepciones, de sus sensaciones conclusas que no dan positividad, y está cansado de no ser ni sentirse nadie.
Nunca le diré ni se me ocurrirá decirle al señor Pedro lo que debería hacer a partir de ahora. Craso error. Solo él puede ser capaz de descubrir otra forma de decirse a sí mismo que sus limitaciones actuales no son su derrota. Yo solo podré lanzarle versos sugerentes.
-EL SEÑOR PEDRO ES EL JEFE-

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