El personaje raro e irónico del actor de Boston, Leonard Nimoy, es eterno y ha vuelto por donde siempre solía. El actor se va, pero la creación siempre sigue.
Yo tengo mi Spock particular. Cada uno tiene su comandante Spock. Y a mí, Spock me daba miedo porque era extranjero de otras galaxias. De Vulcano, creo. Pero el gran éxito residía y residirá en su indefinición.
Spock era un tío extraño, con orejas de no sé qué, y las cejas raras. Era alguien inquietante y a la vez de los nuestros, como una especie de robot de carne que vaya usted a saber qué diablos estaría pensando.
El icono es la inseguridad y la búsqueda de tipos que llaman la atención y nada convencionales. De gente emocionante, y que te hiciera vibrar de inquietud. Yo nunca me fié de Spock, y eso me salvó. Soy nervioso e inquieto gracias a su figura, y tengo reflejos de supervivencia que me hacen más cercano a mí mismo.
Ese es el éxito del gran Spock. Que no sabíamos de dónde coño había salido ese tipo. Que podía abordarse y contemplarse el choque intergaláctico y nervioso, además de las piernas de Sandra Bullock en el "Gravity" de Cuarón.
El espacio es el sueño. Como la luna cercana y manoseada por todos los poetas y noctámbulos heterodoxos. Y Spock venía del espacio aunque tuviese la doble nacionalidad y fuese un invento de la ciencia ficción de Hollywood. También es marciano Hollywood y le necesitamos como a las palomitas de maíz de esos cines carísimos e injustos.
Spock era el drácula del exterior, del espacio, el tipo extraño que podía ser amable, y comandante, y potentemente exportable en imágenes frente al deterioro del olvido.
Lo raro es duradero y exitoso. Nos gusta lo nuevo y que nos extrañen las cosas, mientras odiamos lo previsible y aburridísimo. Prefiero el 4-4 al 0-0. Que pasen cosas aunque sean de reality, en medio de una sociedad hueca, fofa y trilera que es la cotidiana.
Por eso me gustan las máquinas espaciales. Porque quiero irme ya de viaje, y porque me encantan los sustos y me aburren los bungalows de la costa de Denia. Prefiero despegar, y los aviones, y la libertad, y añorar a los ovnis, y a hipotéticas y entretenedoras inteligencias procedentes de extrañas galaxias. Sobre todo, extrañas.
No hay nada mejor que lo extraño y lo que no te lo esperas. Y hablar sosegadamente con un monstruo, o ser amado acojonadamente por una dama de tres cabezas o por una bruja de akelarre y minifalda.
Spock, me lleva. Me lleva y se lleva. Ha superado varias generaciones. Está con ET y con la niña del exorcista juntos. Y con los seres que te hacen ponerte incómodo en la silla del autobús cuando viene la próxima curva sin señalizar. Casi mejor.
Me gustan las curvas sin señalizar. Me fascina lo que hay detrás del visillo, y la ducha letal de "Psicosis", y la bruja piruja del tren de los niños, y la incertidumbre, y el despegue de Houston a punto de producirse, y el alunizaje en el Mar de la Tranquilidad, y el pie de Armstrong, y cuando el balón pega en el poste, y los bísex, y los visitantes de la noche sin claras intenciones para mi seguridad.
Prefiero a Spock porque nunca me deja indiferente. Porque su recuerdo me hace de pie y cuidar a mi madre que me llama para algo. Como ahora. Aunque ella ya no sepa para qué exactamente.
¡THANKS, MR. SPOCK!
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