lunes, 2 de febrero de 2015

- ELLA -



Ella y su piel blanca. Y su cabeza que adorna un cabello potente y femenino. Rubio o moreno. Según se mire. Según ella quiera.
Ella y su sonrisa de mujer y de niña traviesa. Ella y todo su atrás y todo su futuro. Y sus ganas de gustar y de sentirse natural y de demostrar que es señora por los cuatro costados. Ella y mis labios.
No sé por qué el destino quiso que nos juntáramos en una simpatía y mutua aceptación. Porque el destino es caprichoso como una sorpresa y nunca sabes. Nunca. Pero a veces, pasa.
No sé si ella se dio cuenta, pero yo tampoco. Y nos llamamos por teléfono y éramos gratos y acogedores, y ella me dio señales y pie, y yo me sentí aturdido porque no me podía estar pasando esto.
Y no había fuegos artificiales, ni volcanes en erupción, ni estruendos en el cielo, ni acontecimientos ampulosos o de plástico, ni rayos de tormenta, ni nada hueco o fútil. Rien.
Ella sabe que no. Y yo también sé que esto del aprecio y del cariño no se basa en supuestos, ni en apriorismos, ni en cartomantes, ni en hipótesis científicas cercanas a la felicidad. Lo que pasa es el vivir. Y el vivir te abre a estas cosas siempre inesperadas.
Y de repente, tus manos. Tomé tus manos. Y tú aceptaste las mías, y me llamaste resueltamente por teléfono y nos vimos cara a cara. Y charlamos, y paseamos, y nos olimos, y nos miramos, y nos sentimos cercanos y conocidos a poco de sabernos de nosotros.
Y las calles fueron una anécdota, y la mirada clara y diáfana, y sin trampa ni cartón, y con honradez en el porte y en la convicción, y en la paulatina aceptación como bandera, y en tus nuevas palabras y en tu bella sonrisa de dientes blancos e impecables. Ahí estabas tú, y ella eres tú, y el pasado es el presente, y la lejanía lo cercano y compartido.
El contacto, y nuevamente las manos. Y tus labios que no hizo falta que yo te pidiera. Juntamos brevemente nuestros labios, y hubo muchísimo más que respeto. Me sentí orgulloso de ella que ya eres tú, y me siento capaz de despegar con más ambición dispuesto a hacer mil añicos a mis timideces y sin dejar nunca de ser yo.
Ella es ahora y se acabó el pretérito. Ella está ahí, es ahí, camina ahí, la he encontrado, te he encontrado, y nos hemos hecho un lío de tiempo con los verbos pero todo es menor. Porque lo que importa es tu actitud y la mía. Y nuestra adultez y tu mirada fija, concreta y sonriente.
Ella eres tú. Ella es esa ilusión que te aparece cuando esperas poco o no terminas de creer en el viento a favor. Ella está porque yo estoy, y porque he sabido canalizar la magia camino de su gratitud y bienestar.
Ella está porque hay sueños, paciencia y mil proyectos. Porque fue atleta destacada y ahora acepta con serenidad su nuevo tiempo veterano. Ella es mi regalo merecido y yo soy lo mejor que ella quiera que sea para sí.
Hermoso, bello, necesario, amical, a discutir nuestras condiciones, y el color de tus prendas íntimas, y tus aciertos, y mis aceptaciones y mi aprender cotidiano. Y no decir nada. Y hacerse a ese silencio especial que pronto se rompe con el estrépito de un globo infante.
Ella sabe de mi ilusión y de que quiero que esté aquí. Y me dije que sí, que vale, que bien, que perfecto, que adelante y que visto bueno. Y cuando me levanto por las mañanas pienso en que nunca es un sueño y sí toda una verosimilitud con unas piernas preciosas. Y con una piel blanca y propia, y con una alegría que me da fuerza y hasta mil bellos desconciertos.
-CON ELLA-

0 comentarios:

Publicar un comentario