Confiado el bueno de Näub. Inexperto. Sin noticias de su barco y harto de que nadie diera ya con su islote perdido. De modo que, desesperado, Näub trataba de hacerse visible a cualquier forma de ola con trazo de nao.
Gritaba Näub, se desesperaba, necesitaba toda la ayuda, y sentía la nostalgia de un tiempo mejor y más favorable.
¡¡¡Barco a la vista!!! ¡¡¡Éxito!!! Le acababan de ver. Y le hacían gestos con las manos. Y Näub exultante y perplejo, escuchaba potentes risas. Estarían seguramente contentos al haberle hallado.
¡No! ... Los marineros de aquel barco le insultaron a Näub en cuanto le tuvieron a escasos metros. Y blandiendo descomunales espadas, parecían dispuestos a acabar con su vida de una vez.
Näub echó a correr por las finas arenas camino de una enorme palmera especial. Realmente aterrado, se encaramó por el tronco del árbol mientras sus perseguidores le tenían ya casi al alcance de su odio destructivo.
Y de repente una espantosa tormenta. Un viento brutal hizo a sus enemigos desistir. Caían a plomo sobre el suelo de la isla. Y temían aquellos tipos por su barco y su amarre a la línea de la costa. Decidieron abandonar aquel lugar buscando huír a toda velocidad de aquella tormenta con rayos explosivos. Le parecía a Näub todo un apocalipsis oportuno y defensivo. La Naturaleza magna, le había azarosamente salvado de una muerte segura.
De modo que aquel suceder marcó un antes y un después en la vida del náufrago. Ahora ya no debería abiertamente solicitar ayuda. Debía seleccionar. Necesitaba que hubiese más estrategia y fortuna para su estar. Antes de pedir ayuda, debía hurgar en las intenciones de otros supuestos rescatadores. Mejor náufrago que finado.
De modo que Näub se asomó ya con sigilo a la orilla. Desde la línea de costa observaba a los pocos barcos que por allí transitaban. Y cuando veía a uno de tales navíos, sentía la idea grata de la integridad y de la seguridad propias. No fuera a ser que ...
Traumatizado, estuvo Näub un mes rechazando la idea de ser salvado. Se adentraba en su selvita conocida, y entre los cocoteros y las palmeras se podía sentir íntegro y blindado. En cambio, afuera, el arriesgar podía traerle demasiadas adversas consecuencias.
Un día de calor potente, Näub cayó extenuado al borde del mar. Y el mar le fue comiendo y transportando hacia el mismo letal océano de su desgracia. Y ese día tuvo toda la suerte del mundo.
Alguien con moral y sensibilidad se había apiadado de él. Le habían rescatado de las aguas abiertas y le miraban con fija atención. Näub estaba aturdido y cansado. Mas sus salvadores le ofrecían paz y arrullo. Comprendían su inquietud y trataban de hacerle y transmitirle paz desde un idioma nuevo y unos modos felizmente inesperados.
- ¡Oh, ¿quiénes sóis?, ¿Queréis mi bien?, ¿me habéis salvado la vida?, ¿somos amigos? ...
- Tranquilo, señor. ¿Cómo se llama usted? ...
- Näub. Félix Näub ...
- No tiene nada que agradecernos. Usted relájese, y no piense demasiado. Pronto estará de nuevo en la civilización. Somos trabajadores de una empresa de madera, y yo personalmente soy médico y le cuido ...
- Y, ¿hacia dónde nos dirigimos, doctor? ...
- Hacia aguas tranquilas y serenas, Näub. No tema usted ...
Ahora, el puerto de Hannover es para Näub más importante. Mucho más que cuando decidió embarcarse en locas aventuras sin edad. Necesita volver a su lar natal y besar a los suyos.
-QUERERSE MÁS A SÍ MISMO-
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