miércoles, 14 de marzo de 2012

- EN LA INCERTIDUMBRE ADECUADA -



Va terminando mi jornada laboral, que consiste en cuidar a mi madre senil, y a pesar   del  tremendo agotamiento mental y físico que me noto encima, siento que se abren huecos y grietas suculentas y apasionantes.
Estamos aprendiendo. Sí. Todo es un proceso de nuevo aprendizaje y nueva composición asimismo, de acentos y roles. ¡Qué forma de aprender! Dicen que a la fuerza, ahorcan. Pero este terreno, puede ser fértil y bien positivo.
Esta situación, se encarga de sacar las sinceridades y las asignaturas pendientes de todos y entre todos. La interacción es muy nueva y reciente. Mi madre va volviendo a la infancia, y el niño José Vicente camina decidido y entusiasta, hacia la adultez y la autogestión propia  y expansiva hacia quien me rodea.
Mi mundo, muta. Mi tiempo, parece comprimirse entre urgencias inesperadas y sobresaltos de obligado abordar. Il faut, que dicen los franceses. Hay que hacerlo, es necesario hacer las cosas más bien, hay que esmerarse en retomar temas varados, y tener la sincera y decidida convicción de colaborar en los asuntos de cada día. Lo que sea y surja.
Necesito que mi madre colabore y valore mis esfuerzos. Que me deje crecer, en la audacia que la llevará a recibir una mejor y más certera atención. Ella debe intentar escuchar   mi renovada verdad colaboradora. Atrás las trampas, los trucos y las sinceridades a medias. Ella debe respetar a su cuidador, que soy yo. Debe decirme lo que le desagrada y lo que más le gusta. Lo que no haría aunque se lo prescriba el médico, y lo que siempre haría de buen gusto. Sí. Pero, todo es más complejo, y no debe terminar ahí. Veréis.
Yo estoy caminando por unos nuevos senderos que no conozco bien. Y lo mejor que puedo y debo hacer, no es otra cosa que ser muy sincero conmigo mismo. Medirme. Ver qué es lo que sé hacer mejor, y asumir aquello en lo que naufrago por completo. La sinceridad     y     la  autenticidad, se van convirtiendo inevitablemente en las mejores aliadas de la convivencia periódica.
Sí. Mi madre está senil y como los nenes chicos, pero no es tonta. Craso error si se piensa así. Mi madre, a sus años, es como es. Difícilmente va a cambiar. No cambiará. Pero aún dentro de ese no cambio, he de hacer para que élla se dé cuenta de que yo sí que estoy cambiando porque las cosas se han modificado claramente, y que en definitiva ha de consensuarse con calzador o sin él, que a la fuerza ahorcan. El, "no hay más remedio" ...
Que lo inevitable que surge, ha de ser completado. Que yo no soy un profesional del cuidado anciano, pero que he hecho una apuesta desnuda conmigo mismo y con mi conciencia, para llevar a cabo mi duro cometido con los mayores recursos personales que me son posibles, y sin ninguna autotrampa. O con las menos autotrampas posibles.
El camino de la eterna incertidumbre, será largo, árduo y bien difícil. Lo sé, aunque a veces no desee saberlo. Pero como la realidad no admite epítetos y es realmente auténtica y terca, se impone con claridad.
Ante dicha realidad, tengo algunas opciones. Afrontar, me guste o no esa realidad, a través de la evasiva o de pensar que mi madre no podrá captar mis vacaciones de responsabilidad, o por el contrario encarar lo ineludible, con ganas reales de un cambio con propósito realmente sincero, habitual y convencido.
No es fácil avanzar por tal campo, y mi madre está senil. Mi valentía es evidente, pero debo huír del alarde. Debe campear triunfante la naturalidad de un compromiso sin aranas. Sí. Sudo. Me canso, me preocupo, a veces me despierto preocupado por las noches, y todas esas cosas que riman con la incertidumbre.
-PERO OS ASEGURO QUE ESTO VALE LA PENA-

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