El destino quiso atacar la conciencia de Jonás Santés. De modo sutil y hasta seductor, reaparecía el dolor inevitable desde la circunstancia seguramente menos probable.
Jonás, setenta años, silla de ruedas. Le acaban de asignar un nuevo cuidador. Vendrá dos horas y tres días a la semana. Le acompañará, le hará cuidados, le distraerá y hasta le querrá. Es el guión.
- "Yo soy su nuevo cuidador. Me llamo Daniel ..."
- "¡Ah, muy bien! Puedes tutearme, Daniel. Yo soy Jonás.
- "¿Como el de la ballena? Ja,ja,ja ..."
- ¡Ése, ése! Ja,ja,ja,ja. Sí ..."
Palabrería. Toda la palabrería. Porque a quien Jonás tenía delante, no era a un mero cuidador procedente del voluntariado. ¡No! ...
Jonás volvía un mirada retrospectiva hacia un tiempo de drama. A cuando se casó con su mujer María y tuvieron un niño. Y después, aquel maldito incendio que le hizo emigrar a Hannover, y finalmente cuando en uno de sus viajes de vacaciones encontró in fraganti y a sexo explícito a su mujer con un joven mozo de su Tordesillas del alma.
Le dolió tanto aquella traición que ya no volvió más a su pueblo. Jonás se radicó en Madrid y ya no rehizo su vida con nadie. Todas las mujeres se parecían a María. Algunos años más tarde de la desgarradora ruptura, le dijeron a Jonás que su mujer había fallecido a causa de las drogas y que el niño se hallaba en un orfanato.
El puto tiempo le hace trampas a Jonás. Tuvo un ictus que le ha dejado en la actual silla de ruedas, hacía décadas que no veía a su único hijo, y ahora un torrente de piedras de realidad le situaban en medio de las tristes heridas.
Porque Jonás ha mirado a los ojos a Daniel. Y le ha olido. Y sabe que sus gestos y ademanes son calcados a los suyos; más que similares. Y que no hay fantasías, porque un día que se decidió a preguntar por su hijo en el orfanato y le dijeron que ya no estaba ahí, le ofrecieron datos y fotografías. El suficiente material para avanzar ahora sobre las pistas concretadas.
- "Tienes aspecto de ser de pueblo, Daniel ..."
- "Ja,ja,ja,ja. Pues, lo has adivinado. Soy de Tordesillas, y ..."
- "¡Dios! ..."
- "¿Qué te pasa, Jonás? ..."
- "No, nada. Es que a veces la cabeza me hace extraños y..."
- "Tú tranquilo, Jonás. ¿Llamo al médico? ..."
- "¡No! ¡No! Ya se me pasa. No te preocupes. "
- "¿Seguro, Jonás?" ...
- "Sí. Estate tranquilo, Daniel ... "
Su misma finura, su mismo hablar directo, su no saber que está cuidándole a él que es su padre que le abandonó. Sus ojos. Porque los ojos de Daniel son inocentes y nobles, altruistas,incisivos, de mirada como de buitre ...
- "¿Estás casado, Daniel? ..."
- "Separado. No tuvimos hijos mi ex y yo. Ahora estoy probando con otra mujer una nueva relación. Pero estoy muy cauto y escéptico. El dolor no es grato y hay que asegurar, Jonás ..."
- "Claro que sí ...
Jonás piensa que no tiene nietos, y que nunca deberá decirle a Daniel que es su hijo. Y que lo mejor que puede hacer cuando su hijo le ofrece documentos en los que figuran su nombre y apellidos, es ser fuerte y resistir las emociones. No pensar, y disfrutar el día a día de las veleidades del destino.
-NO HAY MÁS-
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