domingo, 1 de mayo de 2016

- MI SUEÑO QUERIDO -



Bajita y guapa, siempre sonrisa, sin arrugas y práctica desde su inercia. El centro de todo mí, mi sol desde donde yo orbitaba, diosa permanente, persistente y presente.
Sin la más mínima arruga y como una siempre niña grande, trabajadora, acometiendo la dureza de su obrera condición, pegada patológicamente a la postguerra de supervivencia, mágica y esencial. Única y con ribetes majestuosos y genialoides. Estabas, estás, siempre estarás. Hasta que yo esté. Esté muerto ...
Llena de energía que no decidió su vida. Pudiste ser una atleta superdotada, una fondista con orgullo que no se dejaba ganar por nadie así como así, y a la que la rivalidad parecía espolear hacia la tozudez y lo contumaz.
Amaste a mi padre, bailaste y cantaste en las verbenas de la barriada, te sabías todas las canciones de la música de tu tiempo y canturreabas mientras tendías la ropa o a cualquier hora del día, admiradora de Spender Tracy o Katherine Hepburn, mujer noble e infeliz.
En lo más hondo de tí y a pesar de ser creyente, no querías casarte. Porque tú no eras boba y tu vital felicidad te llevaba a desear seguir trabajando en ese escape que era la fábrica de medias, y aquello con el casorio no podía seguir en aquellos tiempos de novena división para la mujer.
Tuviste hijos. Yo. Mi hermano y yo. E incluso otro hijo más que nació muerto o eso te dijeron. No te sentías capaz de autorregirte bien, como para tener que postrarte ante la maternidad y todas sus tremendas derivadas responsabilidades. Y tu familia nunca te comprendía, y se asombraban de tus cosas, y pasaban de tí, y te maltrataban con su abandono e indiferencia, y lo pasaste realmente mal, y decidiste que el bastón de mando y de reinvindicación personal lo probarían tus hijos. Si eras algo, tus hijos serían los testigos de tu magno poder.
Fue tu gran rabieta eterna frente a un mundo comodón y cegato que no quería trabajar por tí. Porque era más sencillo dejarte tirada a tí y a los tuyos que implicarse en la urgente y vital tarea de ser una familia de verdad y ayudarte. Tenerte paciencia.
Porque eras noble y agradecida, y generosa, y cuando percibías que alguien te hacía algo bueno y bien, entonces te entregabas a su respeto y no consentías que se le faltara jamás a tal persona. Pocas hubo. Más que pocas.
Pasaste inadvertida por la vida. Hasta que yo me fijé en tí. Habías sufrido demasiadas adversidades. Te había fallado la ubicación, las fantasías, la gente cercana, tú a tí misma, la tampa de tu inopia e infancia eternas. Y entonces yo te comprendí.
Y te amé como solo lo hace un hijo convencido. Yo te admiré, y te loé, y te glosé, y nunca te faltó nada de mí, y te reinvindiqué todo lo que pude, y cuidé de tus pulmones menores y de tu demencia incontrolada los últimos años de tu vida, y te moriste en casa y yo a tu lado te vi morir. Físicamente.
Exististe y yo te di toda mi dignidad y acción, me ayudaste lo que nunca podrás imaginar y me hiciste crecer con las renuncias necesarias. Elegí amarte y trabajar para tí, y hacer que de vez en cuando sonrieras como las flores agradecidas en la primavera de mayo.
¡MAMÁ!

1 comentarios:

Ayy las madres.No sabes cuánto las quieres hasta que se van.Dejan su entrega,valor,arrope,cariño,dulzura,ternura,olastazis,zapatilla,trabajo,enseñanza...y,finalmente,vacío.El vacío absoluto e irremediable de su ausencia.De pronto nos hacemos mayores,sin saberlo lo ersmid.. ,pero sólo físicamente.Su ausencia nos devuelve a nuestra edad mental,niños que nunca dejamos de ser y a extrañar desde sus cuidados nas dulces a la zapatilla de puesta en razón.

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