Otoño de alas negras que acurrucas paulatinamente los espacios de luz del sol. Otoño que emerges desde la templanza cronológica para decirle a las playas y al calor que ya les llega su momento de letargo y de quietud. Otoño que me llega desde la novedad y los reencuentros, desde la esperada sorpresa ocre que emociona y varía el tedio del panorama veraniego y anodino que ya fenece.
Otoño de uvas y vendimias, de resistencias y de ropas que se robustecen y complementan llamando a la defensa y a la intimidad. Otoño sugestivo y femenino, otoño con arrugas y con la sensualidad precisa para girar las cabezas en espontaneidad y osadía. Otoño bello.
Borrasca de viento en la noche fresca y confiada del desnudo personal. Otoño de plantas que sonríen camino de una suavidad climática y hasta desacostumbrada. Otoño de ilusión y madurez, otoño de otro tiempo y de otra nostalgia, y de la segunda parte de la vida, y de la fuerza potente que se hiergue en medio de una renovada y distinta vitalidad plena. Otoño de tacón desarrollado.
Otoño inesperado que cabalga a ritmo de un fondista cerebral. Otoño de tortuga y hormiga que nunca te defrauda y que acaba logrando su tenaz objetivo. Otoño de tirar los trastos inservibles a la calle y de hacer amor. Otoño de tomar decisiones, de sonreírle a la nube y de decirle adiós al bikini o al tirante al sol. Otoño de maquillajes y novedades, de olor a libros y a trasiego de niños y coches camino de colegios y trabajos. Otoño contundente que hace poesía con solo el efecto de su luz especial sobre las hojas de las plantas de mi balcón. Contraste de tiempos y límite de belleza. Fotos de turistas que convierten en ternura el descubrimiento de pequeños recuerdos, siempre gratos e inolvidables.
Otoño severo de obligaciones y domingos. Otoño de tí a quien mis palabras son bisutería barata para el fondo de tu belleza eterna y hasta colosal. Fina lluvia que cala preocupante, y que hace del rímmel de tus ojos el descubrimiento de la verdadera faz de tu ser de mujer real y definitiva.
Otoño fresco y estresante, otoño de senderismo y yoga, de respiración renovadora frente a ese pino que ha resistido heróico el embate del verano y le ha ganado a la vida. Otoño de interior, de excursiones, de cine, de películas y de besos. Otoño de recogimiento y de escapadas aventureras que nunca contarás. Otoño que rebaña el último compás del verano y lo hace la mejor canción del porvenir. Otoño de volverse locos haciendo el amor.
Otoño libre y cambiante, otoño de pájaro cantor, oscuridad furtiva que corta los días y los hace breves y niños, proponiendo otra forma de luz artificial y compartida.
Otoño de amigos entre unas birras sentados en un bar. Otoño de una sociabilidad que es risa necesaria, y chiste fácil y vuelta a lo cotidiano con filosofía y propósito excitante y con borrón y cuenta nueva.
Otoño de ordenador y juego, otoño de pereza y excusa, otoño de waatsap y mundo, otoño de habilidades sociales y de mucha mano izquierda, otoño positivo y penetrante, otoño de cartas y paella, otoño de nuevas vivencias que no puedes ni imaginar. Otoño feliz,
Otoño de dama de portento, de meiga de belleza y de seguridad, de labios carnosos y que sabe vestir y epatar, y hacer que salte el impulsivo piropo de un varón de cualquier edad.
Pieles enlutadas con medias de luxe y seducción, otoño de más piernas cruzadas y escotes atávicos y estratégicos, otoño de atreverse a saltarse todas las barreras y tabúes. Otoño de tí.
-Y DE MÍ-
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