Antonio Havems tiene su extraña y peculiar forma de mostrarse ante su progenitora y senecta madre, apartándose de toda forma lógica de trato y respuesta.
¿Quiere Havems a su madre muy mayor y que le mantiene en un Edipo ya definitivo y de rebeldía? Seguramente que le tiene una especie de amor odio muy personal. Y muy pocos pueden sospechar de toda esta circunstancia.
Para Havems, el mundo exterior es una injusta que unos cabrones han puesto ahí y de cuyos charcos él ya ya no puede salir porque es imposible. De modo que hará ver que esas caídas y obstáculos nunca podrán ocurrir ni tener lugar.
En Havems, el mundo es peligroso y extraño. Y nada nunca habrá de cambiar con respecto a la relación que tomará con su madre, ahora cada vez más frágil. Pero que siempre acabará siendo su madre. Una madre casi inventada, real, peligrosa, y hasta considerada para Havems.
Sí. Es verdad que están los achaques, y el tiempo, y la lluvia, y los cambios de estación, y los agentes sociales. Ha de estar la familia ausente, y las medicinas, y los médicos, y los cuidadores, y los ambulatorios, y los hospitales, y las revisiones, y las cosas que se establecen para mamá. Pero también habrán de estar sus reglas del juego ...
Y en el tiempo de las grandes longevidades y de los grandes logros de la medicina, y de las sofisticaciones empresariales y mercaderes, Antonio Havems tiene una forma muy compensatoria y hasta tirana de ver el mundo y todas las cosas.
Porque todas las tardes, allá sobre las cuatro, y antes de partir hacia su trabajo de auxiliar administrativo en el que permanece casi desde la adolescencia, Havems mira a su madre viejita y se dispone a decidir estática e inmovilistamente lo que ha de suceder. Que no es otra cosa que preparar, exprimiendo unas naranjas, el zumo que luego verterá en el interior de un vaso y que a continuación hará beber quiera o no a su madre muy fuera ya del tiempo.
Ese vaso de naranja contiene para Antonio Havems lo más importante del mundo suyo con su madre. Esa naranjada, significará derechos y obligaciones. Su madre deberá tomar su cariño le guste o no, sea la hora más conveniente o la situación menos oportuna.
Ese vaso es su fantasía, el bálsamo de fierabrás, y a la vez su poderío y su seña de identidad. Esa naranjada, todo lo puede y le protege y protegerá los trescientos sesenta y cinco días del año, de las décadas que transcurren, y nadie osará mover ese suyo y atrapado reloj de Cronos. Porque ahora Havems es el doctor, y el tiempo no existe, y ya le pueden decir los demás lo que sea que no hará caso nunca. Porque los demás no existen ni existirán.
Y porque ese vaso de naranja tiene las propiedades exactas y necesarias para todo el placer y el bienestar, que es lo que piensa Havems.
Esa naranjada es su beso loco y su abrazo hipócrita antes de abandonar a su madre con sus odiados otros. Esa naranjada es el misterio de su relación con alguien que ya no puede decidir. Que ambos y desgraciadamente, hace mucho tiempo que ya no pueden decidir.
Havems ha tiempo que ha perdido contacto con la realidad, al igual que su madre. Y en su delirio y fantasía hay un afán por recrear y detener un tiempo que ya no está. Necesita creer y pensar que todavía todo puede ser perenne y eterno. Que se puede volver todo como un árbol trazado a lápiz por un niño, que la naranjada es solo lo más importante, que tras la ingesta del líquido por su madre la conciencia de Havems estará mejor y más limpia y coherente, y entonces a Antonio le sobreviene una aparente paz y sedación que le abre paso a una tarde tranquila y esperada. Y va y resulta que las cosas no son así.
-MAS HAVEMS JAMÁS LO PERCIBE-
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