El genio siempre se rebela. Leonel Messi no podía estar contento. Faltaban pocos minutos para que el primer partido de semis concluyera, y la gestualidad era de impotencia y de preocupación. No había goles, y el Bayern del mago Guardiola iba a salirse con la suya. Ese terrible 0-0 ...
¡No! Messi lo intentaría. Caracoleó desde las proximidades del área alemana y soltó un disparo que selló las redes del inconsolable y gran portero Neuer. ¡Todo por el aire! El primer esbozo de alegría. La llegada de la esperanza. Leo la había hecho otra vez. Había sacado su petróleo inconformista de oro. Había justificado lo que vale. Había salido de su ostracismo en el resultado. Había comenzado a ponerle sal a los sueños. Se hacía presente.
La afición azulgrana podía estar de enhorabuena. Con la Liga cerca del bolsillo, ahora la final de Berlín podía aparecer en el inconsciente colectivo hasta de los patológicos pesimistas. Una ventolera de esperanza se volvió azulgrana. El gran rey se había enfadado, y levantado, y no tenía piedad, y quería mandar y marcar, y sacar a todos de las dudas acerca de su declive o de que ya no sería quien fue.
Sí. Messi sigue siendo el que fue. El número 1. El mejor jugador del mundo al que nadie puede parar. El chaval que te sorprende y enamora, el que hace que apuestes por él cuando más le necesitas, el que logra que sus grandes rivales parezcan hormigas en retirada, el que todo lo desestabiliza y desordena a su favor, el que hace de las tácticas una charleta, y el que en vez de pensar que hay mucha tensión en el campo de juego opina que esto es para él algo parecido a salir como un chico al recreo y divertirse y pasarlo bomba. Su simplicidad aparente es un cañón imparable. Su juego es un zecme, y su poesía con el balón el efecto triturador de una picadora bestial de carne emocional.
Que se lo digan a hercúleo Boateng. No se enteró de lo que pasó en el segundo de los goles del as argentino. Messi encaró al moreno alemán, le fintó, jugueteó con su regate, le dribló dejándole absolutamente tirado en el suelo como un guiñapo, y remató el arte elevando el balón con la precisión de un tirador de la NBA. ¡Perfecto es poco! ...
Y mediático, y colosal, e histórico, y espectacular, y levantador de todas las sonrisas, y desnudador de todas las emociones futbolísticas que tienen que ver con su alegría de jugador especial y único.
La obra de arte de Messi se recordará casi siempre. Porque el fútbol no es tan fugaz como parece. Aún le dio tiempo a darle el tercer gol de pase eléctrico al joven Neymar. ¡A disfrutar! ...
En veinte, quince minutos, la zozobra y la preocupación dejaron paso al camino franco de la seguridad y de la confianza en resistir sin mayores sustos la visita a München.
Ahí queda esa alegría. Ese prestigio y ese olimpo particular. Leo demuestra que los grandes han de salir en los momentos más decisivos y oportunos. A los dioses como él les encanta patinar por la cumbre de los himalayas y de los retos del gran riesgo. Para Messi era demasiado vital sacar la alegría de los goles en los tiempos de las borrascas y de las ansiedades. Él, como nadie, sabe voltear las emociones negativas y revertirlas en unos tiempos de placer y de bienestar, de gratitud y de exceso, de alegría y de pasión de fútbol.
¡SÚPER LEO MESSI!
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