Si bien es cierto que en el seno de mi familia sucumbió toda estructura, y que los míos actuaron con error e indiferencia, mi tsunami personal se completó a raíz de unas iniciativas personales del todo erradas.
Yo nunca entendía nada del porqué de la falta de calor. Siempre es muy difícil para un niño asumir la no existencia de las cercanías y de los afectos. Pensaba atónito y confuso en los porqués. No podía admitir en modo alguno que ni mi padre ni mi madre estuvieran mínimamente preparados para criar a sus hijos, y tal estupor me llevaba a la indignación y al enfado interior. ¿Qué estaba sucediendo? ...
Paulatinamente, me fui dando cuenta de que mis padres estaban en el mundo demasiado solos y vulnerables, y que mis tíos y demás familia lo sabían y miraban hacia otro lado.
Así, que, tremendamente decepcionado, yo también me ausenté y me alejé. De mis padres, de mi familia y de mi mismo. Huí de mi.
Y construí como buenamente el azar me dio a entender un personaje frágil, dejando atrás un gran cacho de mi realidad. Opté por no estudiar-, a pesar de ser de los mejores alumnos de mi promoción-, mis notas en los estudios bajaron hasta el punto de que no pude entrar en la Universidad, y me convertí en un chico solitario, huraño y distinto.
Quise vengarme erradamente de las ausencias de calor y de palmadas en la espalda. Decidí ser enfermo y volverme estático y asustadizo. Tuve varios ataques de pánico, y los psiquiatras limitados del franquismo me apastillaron y no hicieron nada por sacarme de mis errores de pensamiento. La enfermedad mental en aquellos tiempos,-y ahora en mayor o menor medida lo sigue siendo-, iba a ser totalmente un tabú.
Sí. Me ausenté de mi. Me fui a otro sitio de mi. No quise relacionarme con los demás, no visité a mis familiares, no quise jugar con los otros niños, me perdí en una adolescencia carente y siempre extraña, y cuando me obligaron a trabajar en casa de mi tío lejano Ramón me sentí engañado y vilipendiado. A un número uno de la clase no se le podía poner a currar levantando cajas de piezas de lámparas de treinta kilos de peso de media ...
Cosas así. Me sentí maltratado y con el mundo injusto encima. Y me dejé más y más. Me negué a vivir y a asumir tal realidad. La vida auténtica suponía dejar atrás los terribles rencores y dolores, y yo no me sentía preparado para llevar una vida como todos los otros y las otras.
Así pasaron décadas de nada. Yo viví en la nada. En la nada lógica, y apartado de cualquier realidad. Tomando caminos sin salida que no tenían ni pies ni cabeza. Y eché la culpa de todos mis males a los otros. Y no digamos, a mi familia más inmediata ...
Finalmente y en un acto casi histórico y heróico, solicité ayuda profesional. A ciegas casi, y sin que nadie me insinuara nada, intuí que la estaba cagando. Busqué soluciones a ver.
Y en medio de aquellas sesiones analíticas pude respirar feliz. Fui capaz de volver a poder pensar y a objetivar mi realidad. Es cierto que era todo una catástrofe sin amor, pero yo había olvidado mis responsabilidades llevado por el dolor y la desesperación. Y comencé a aprender a ser sujeto activo de mi mismo. Empecé a crecer.
-Y SIGO HACIÉNDOLO-
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