martes, 17 de marzo de 2015

- 35 AÑOS SIN FÉLIX R. DE LA FUENTE -



1985. El beso cópulo entre el invierno y la primavera. Alaska. Un accidente de avioneta. Más aventura. Y allí le perdimos el rastro vital al gran naturalista mediático y pionero castellano, Félix Rodríguez de la Fuente. Treinta y cinco años hace ya de éso. Media vida. Mi juventud más tierna y precoz. Se nos fue un referente singular.
Un hombre del campo, de pisar tierra, apasionado por los animales y por su conservación ante los abusos de los tipos del asfalto. Un burgalés pegado a una tradición que descubría un paradigma creencial y proselitista. Reinvindicativo. Quería ser divulgador. Voz y palabra potente como un grito en una cárcava. Y en tiempos de franquismo y trampas, el amigo Félix marcó su forma televisiva de su hobbie preferido.
"El hombre y la tierra", le define bien. Félix no sería pijo, sino que agarraría su Land Rover y se introduciría por entre los cañizos y las selvas; por entre los bosques y las estancias interiores rocosas en donde moran los buitres y sus polluelos.
Félix fue un observador rural con ganas de meterse en las fauces de los manantiales naturales para ser apasionado y feliz. Félix fue España, y Castilla la Vieja, y la vanguardia, y la lluvia y el riesgo, y el hijo de tarzán de los lobos, y el soñador ibérico en donde las ardillas otroras no necesitarían del suelo para abrazar la Península, y la frondosidad anhelada en un tiempo vacío y oscuro.
Treinta y cinco años después del legado de De la Fuente, tenemos senderismo, y expediciones montañeras, y democracia formal y hasta de papel, y conciencia de la belleza de los paisajes, y supresión de los toros catalanes, e imperio terrible de los constructores del ladrillo, y golpetazos con las lanchas a los héroes de Green Peace, y un mundo resignado a que el pueblo de origen y vergel sea una cosa aburrida que solo sirve para largarnos los fines de semana de la primavera o cuando llega el rigor del calor estival.
Diecinueve años tenía yo cuando murió Félix. Un mundo que ya no existe ni puede existir. Disfrutaba a mil cuando marchábamos a casa de mi tía Maruja para ver la tele porque en mi lar no la había. Y en aquella casa de mi tía entrañable,-la cual también murió prematuramente-, pude ver a un tipo con una voz personal e imitable por muchos, y que con toda seriedad y pasión te decía en blanco y negro las cosas del mundo de la naturaleza mientras esperábamos que llegaran las imágenes del telecine. Las imágenes de la película natural y esperada. El gran documental en donde veíamos a un hombre locuaz y fuerte, valiente y totalmente convencido de sus historias y reflexiones naturalistas. Su amor total al medio ambiente y a los animales. Sus deseos brutales y pioneros por ese mundo tan hermoso y a veces inopinado para muchos como es el de las ciencias naturales y de los seres que las pueblan.
El campo y la distancia. El exterior y la propuesta. La sierra y el llano. Cualquier lugar donde no hubiera coches y en donde lo que llamamos progreso tuviera cortapisas y respuestas. Los matices de un hombre de campo que nunca iría a hacer el consumista todas las tardes a un centro comercial.
Félix era un maravilloso rara avis, mezcla de labrador y de científico. Un cineasta de la naturaleza abierta, el lirón careto, el buitre leonado, el alcaudón, lás águilas culebreras, la mariposa, el caracol, el arbusto imponente, el abeto centenario, la pared de piedra, y sobre todo, ¡el lobo! ...
Félix fue un tipo libre y sin horarios, español y carpetovetónico, racial, aventurero y científico hasta las trancas, uno de los primeros iconos mediáticos de aquí, y sobre todo un señor al que todos queríamos y admirábamos.
-ALGUIEN REALMENTE ESPECIAL-

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