Artista. Girando siempre inesperadamente. Sin tabúes y con talento. Prince. Se muere como los mitos que destacan por su sorpresa y que atraen por su precocidad ausente esotérica y hasta mágica.
¡Prince! Negro y bajito. Y capaz de todo, y de lanzarse con todas las consecuencias hacia la innovación irresistible de un tiempo nuevo. Artista siempre, y profundamente músico, explorador y transgresor. Su libertad increíble para crear y decidir; para hacer ver que cuando se tiene personalidad y tronío se pueden hacer actos aparentemente imposibles encima y detrás de un escenario.
Prince se puso su personaje y se lanzó a trabajar con una vocación musical irrefrenable. Y giró sobre su magia, y sobre su look, y sobre su mirada siempre provocativa y profunda, y sobre su visión del sexo liberado y su idea del placer y de la ausencia de barreras.
¡Bajito! Le decían, bajito. Y Prince era enorme y absolutamente salvaje. A nadie iba a dejar indiferente. Sin complejos y a toda máquina a lo Hendrix, o a toda voz personal y especial, y a todo baile, y a todo show, y a todo giro, y a toda su guitarra, y a todos sus asombrados y maravillados seguidores que ahora le extrañan.
Prince ha sido creativo como pocos. Original e inaudito como la leche, irreverente, heterodoxo, nuevamente músico polifacético y polifuncional. E innovador. Se atrevía a cosas que muchos, no. Se lanzaba a la piscina por vez primera y completamente desnudo porque era consciente de que su piscina era su libertad. No le hacía puta gracia lo convencional, lo arcáico, lo esperado, lo previsible, lo iterado, lo aburrido o lo moralista. ¡Now! ...
Prince era otra cosa. Un icono absoluto de la música entre maldita y maravillosamente ambiciosa. Prince era espectáculo descarnado y en estado febril y puro. Se lanzó al cine con su "Purple", e hizo una banda sonora especial y única. Y nunca quedó menor en nada, porque era grande. Ganaba Gramys. Se juntaba con gente como él, pongamos Madonna, otra tigresa vigente y eterna de la libertad extrema, del libertinaje y de lo que haga falta para serse especial.
A Prince no le vayas con rollos. Le va el dulce. El sexo y el placer. El tabú era un juguete roto en sus manos, y la provocación su lanzadera y su inspiración.
Podía caerte como el culo, hasta que el paso del tiempo te vencía. Era enorme, especial, pionero, nuevo, distinto, valiente, sensual, sexual, erótico, insistente, excesivo, lanzado, imparable, renovador, iniciático, contumaz y profundamente laborioso y culo inquieto.
Prince era Estados Unidos y música, y valiente sin fronteras, y alguien capaz de generar en tu interior sentimientos encontrados, y televisión, y mediático, y polémica, y amenidad, y nunca tedio, y jamás repetitivo, y consumidor compulsivo de su vitalidad, y había que dejarle estar en su trono de genios actuales y rendirse a sus cosas siempre diferentes y aparentemente extrañas.
Prince fue un genio. Un icono central de aquí y de ahora. Del futuro desde el presente. Alguien de quien se hablará muchísimo y durante un mundo de tiempo. Tenía pegada y carisma. Era pecado y amor a un tiempo.
-Y UN MÚSICO EXCEPCIONAL-
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