Pensaba en ellos en estos días de cementerios, homenajes y recuerdos sentidos. Sí. En los muertos. Los muertos siempre han sido mi debilidad. No soporto que nadie se meta con ellos. Los muertos siempre han sido mi debilidad. No soporto que nadie se meta con ellos. Los muertos no hacen mal a nadie. No debemos temerles. Todo lo contrario que a los vivos. Que esos sí que joden y bien.
A mí, los muertos me dan ternura. No se meten con nadie, parecen tranquilos y sosegados, no montan el pollo del botellón por las noches, ni se saltan los semáforos, ni los pasos de cebra, y no dan apenas señales inquietantes. Los muertos solo san paz.
Ahí los tienes. Palidillos, "calavéricos", residuales, encenizados, incinerados, enterrados, con su vigor característico, y sin tenerle miedo a nada ni a nadie. Están y no están. Allí andan en sus camposantos, ajenos a todo lo que perpetramos los vivos. Que, menudo peligro tenemos a veces los vivos. Terrible.
Jamás un muerto ha cometido una falta o infracción. Es decir, que los muertos siempre están dentro de la legalidad y no se plantean trapacerías. Un muerto no roba a nadie, ni especula con dinero público, ni manda gente al paro, y si en el interior de su ataúd hay dinero, no fue el finado el autor material de la maldad. Un muerto, sin cómplices, no es nadie.
Además, todos nos morimos. No se salva, nadie. La muerte es inexorable y profundamente democrática. Se mueren por igual los ricos, los pobres, los de clases medias; o sea que, tod@s. Con arroba.
La muerte nos iguala ante la realidad. La muerte es la desembocadura de ese río llamado vida. Pero, al menos, en lo que a mí respecta, puedo afirmar y afirmo que la muerte me deja frío. Me la trae al fresco. Rifonfinfa.
Los que llorarán, serán otras y otros. Pero no hay que idealizar. Seguramente existe igualmente la muerte del recuerdo. La muerte de la Historia. Es decir, que llegará un momento que ya nadie se acordará de quienes muramos. Aunque pueda parecer inaudito o imposible.
Eso es lo que quería decir. Que, morir es una décima de segundo. Que solo sufrimos un poquito, antes de caducar del todo en el contrato vital. Y que no hay que temer nada. No hay que tenerle miedo a la muerte. Mis abuelos, mi tío y mi padre, están muertos. Y no me imagino a ninguno de ellos dándole expresividad al terror o a la tristeza. ¿Para qué?
Un muerto no inventa nada. Un muerto será muy parecido a lo que fue en vida. Nada de zombis, vampiros ni Halloween. Un muerto, no sorprende a nadie que le conoce bien. Yo, como ateo, no creo ni en el Limbo. Pero de haber algo, sé que no habrá sopresas. Y que si uno de vivo fue un cabrón, de muerto lo seguiría siendo. Un finado no sabe mutar ni mentir.
- ¡VIVAN LOS MUERTOS! -
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