jueves, 24 de marzo de 2016

- GUERRA EN MI CALLE -



Fuego en mi calle. Donde está el asfalto y transitan los coches. Mi ciudad familiar y de siempre. La ternura de lo habitual. Las voces conocidas, y de repente algo demasiado extraño ...
Macetas a trozos, Luisito sin manos, lloro desgarrador de la tía Juanita, Manolo yace en el suelo con su cabeza ensangrentada y casi inmóvil. Hay gente desnuda con ropa a jirones. No se entiende nada. Solo se oyen explosiones pero nunca es pólvora habitual y festiva. Es miedo y actos de guerra. Guerrilleros. Son los fanáticos descerebrados y cobardes que huyen de sí mism@s.
Pero los gatos siguen jugueteando como siempre en los tejados, y las aves de la primavera feraz y feliz solo saben que deben caminar rumbo a la vida. Y los niños solo precisan besos, y la sociedad requiere bienestar y motivos, y proteción y convicción.
La libertad parece llevársela el viento con una bandera de extraños piratas de la destrucción. Pero dicho viento es puro como el abril de París o el mágico e histórico Estadio Heysel de fútbol. Ne me quittes pas, Brel ...
Bruselas y Europa. La de los mercaderes, pero también la de los ciudadanos que han recibido los valores necesarios de la paz y de la convivencia. Y el abril va a llegar, y los aviones van a despegar, y los trenes partirán de las estaciones camino de sorpresas gratas y de momentos irrenunciables contra el endemoniado estrés.
Hay hombres buenos. No es el Medievo. Siempre hay hombres buenos. Algunos están estigmatizados y otros se informan mal. Pobre Tintín. Aún no se han enterado que Europa parece un queso gruyère lleno de locos asesinos, y va y cuando se percatan de que la han cagado nos dicen que nos metamos en nuestras casas y militarizan psicológicamente la ciudad.
A mí no me enseñaron éso. A mí, me enseñaron. Me enseñaron a salir afuera. A no quedarme en casa haciendo el gilipollas. En la casa se está bien a ratos, pero no siempre. Hay que abrirse. Apetece salir y dar unas vueltas, y charlar junto a una birras o un café con unos y con otros. Amigos.
Pero ese balcón de ahí está roto y a punto de caerse. Esa finca se va al suelo a trozos y huele a polvareda y a muertos. La vida se ha vuelto Haloween y esto parece un campo de batalla junto a mi semáforo de siempre en donde parece que todo vale. No se puede ser feliz en medio de una puta guerra larvada.
Aquellos árboles, aquellas farolas, ya son un río de fuego y de destrucción. Los niños están muy tristes porque los cuentos son muy feos, Antonio no tiene piernas, y Carinne no se mueve, y alguien está pisando sin querer a Reginald. Puede estar pasando lo que estoy viendo. Porque hay un odio brutal que busca la identidad en el infierno de la autocastración de las explosiones y de los impactos.
Algunos locos, pueden sonreír justicieros. No saben nada pero lo creen todo. Monique no puede ser mi mujer, pero yo me aguanto. Van Moer fue el mejor futbolista de Bégica de siempre, y hubo división sempiterna y casi desconocida entre flamencos y valones. Y los hispanos hasta pusimos una pica en Flandes. Lieja, Bastogne, Lieja ...
Ahora nos ponen una pica en los testículos. En la piel. La furia de Amberes da paso mediático al sufrimiento injusto de decenas de muertos y centenas de heridos. Hay que hacer más. Hay que leer más. Hay que coordinarse mejor, que esto parece la segunda parte de lo de París. Hay que protegerse más y con más eficacia. ¡Dimisiones!
Guerras en mi calle nacional, en mi Europa del futuro incierto, en los bolsillos llenos de los grandes bancos y en la mirada triste de las personas de bien, impotentes ante tanto salvaje simio y primario.
No creo en el politicismo, ni el militarismo, ni en el maniqueísmo. Solo creo en la vida y en tdos los derechos adquiridos del mundo para ser plenamente feliz y esperanzado.
¡A LA MERDE LA GUERRE!

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