Juguetón y siempre escéptico. Incrédulo. Ingenioso y extraño, vital y listo, vivido y bello, machista sin saberlo y ego de caballo. Ignacio.
Guapo como un astro del cine, amante de las bellezas rutilantes y despreciador de lo aparentemente previsible y quizás menor. Elitista y heterodoxo, niño grande exigente y puñetero, separado hace veinte años y condicionado por su fracaso personal. Es incapaz de cerrar sus páginas erradas y vive con ellas intentando disimularlas. Ignacio.
Ignacio es profesor, y sus alumnos le ven como a un tipo distante, inabordable y excesivamente burlón como para hacerle caso. Los alumnos de Ignacio se limitan a bajar su cabeza y a hacer lo que les ponen en los libros, y utilizan el cartabón y la escuadra como rutina necesaria. Nunca nadie osará enfrentarse de verdad a él. Ignacio.
Ignacio es un descontento incoherente y aburguesado. Colecciona novias y follamigas, pero todo está roto en una semana y es pronto una vuelta a empezar.
A Ignacio nunca le conocerás del todo bien, y ni siquiera un poco bien. Solo le verás algo si decides apreciarle y mandarle señas de sentimientos cercanos. Entonces descubrirás a alguien especial con cara bella de bonancible y mucha calle y pasado. Sabrás de un tipo hermético e impostor, que ama los misterios como una necesidad, porque las realidades y soluciones le causan un tedio insoportable.
Por eso Ignacio juega a galán eterno y a triunfador que disimula. En el fondo se siente un dios incomprendido y superior a otras muchísimas criaturas. Se siente casi de otro planeta en el cual abundan el dolor, las obligaciones, las paredes, los impedimentos, las trabas y las leches. En ese planeta de distancia y también de autocastigo, se siente pionero y original. Ignacio.
Nunca termina de tener cincuenta años y goza de un coche para ser libre, y una personalidad trufada de deseo y de inestabilidad. Ignacio todavía no sabe peligrosamente lo que quiere. Y tras sus dudas hay una potente violencia que tiene mucho que ver con su vanidad.
A Ignacio le gusta ver a las personas en apuros, ponerles en un brete, probarlos, y buscarles los puntos flacos en busca de seres de zen o correosos. Porque desea bregar y rivalizar con quien haga falta, y sorprenderle, y hacer como que no hace nada a nadie, y va de santurrón y de sorprendido, y le apasionan las estrellas fugaces y la noche cuando se vuelve inopinada y hasta inesperada. Siempre Ignacio.
¿El amor? No. No puede ser el amor. Puede ser todo demasiada invasión de los espacios y de las cesiones y consensos. Por eso las mujeres hermosas le olvidan y niegan pronto y cuando le tantean su escasa verdad. Ignacio.
Ignacio es aspirante a arquitecto, a trepa, a escalador, a impresionador de patentes y prototipos, de construcciones epatantes y eméritas, y busca en el éxito el descrédito de los otros. Quítate tú para ponerme yo. Dictador. Ignacio.
No puedes hablar con él. Recela y hace saber. Subir a su olimpo es su saducea trampa. Es ventajista y te negará todas sus evidencias envolviéndote en un magma de extrañeza y hasta de perplejidad. Ignacio.
Lo mejor que has de hacer por hoy es no tomarte en serio a Ignacio. No entrar en su juego y nunca mostrarle claramente los dientes. Porque si ve rival, entonces se enfadará y juzgará como una locura tal oposición. ¿Oposición a él? Osados y caprichosos, veleidosos e irreales, aspirantes a la nada y la mediocridad, siempre inferiores e inoportunos, incontrolados adversarios que, ¡nunca tendrán un argumentario que pueda llegarle a él a la suela del zapato! ...
-IGNACIO-
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