domingo, 9 de agosto de 2015

¡ PATERAS !



Faltaron y faltan videntes y cartomantes de lo cotidiano. Hubo y hay, demasiada ceguera y misterio. Los blancos no vieron. Parece que nadie vió. Todo fue macroeconomía y miopía. África era una anécdota exótica e inane en el gran mundo de los negocios. El Continente del hambre era tabú. Es tabú.
El Mare Nostrum está más muerto. Podía llamarse el "Mare Mortis". Las imágenes de los periódicos y las televisiones valen más que cien mil palabras. Es el terror y la indiferencia. Porque hoy veo seres humanos flotando desesperadamente en el mar, a la espera de que suene la flauta y aparezca ese maná necesario de la sensibilidad y humanidad. ¡Un barco! ¡Desen prisa, coño! ...
Los morenos se nos mueren en las fronteras desgraciadas que marca el mar. Se ahogan buscando ese derecho de libertad que implica salir de su asquerosa miseria de horizonte cero. Los africanos se nos mueren a nuestros pies dando lo más valiente y espiritual de sí mismos. Solo quieren que les hagamos caso de una puta vez y que se sepa que "être". Que son y que están.
Y que la hemos cagado. Y que cuando vemos a esa pobre gente que sufre, podemos observar lo ficticio del progreso. Del progreso global. Esto es un enorme desequilibrio, en el cual el capitalismo sin referencias éticas, no podría llevarnos a ningún sitio estable ni certero.
Todo esto de las muertes y de los desgarros de las pateras, tiene que ver con la ausencia o carencia de potentes agentes de la política. Y de la política democrática y real. Un fracaso reiterado.
África es un Continente abandonado y expoliado. Estrangulado. Un almacén donde nunca nadie puso orden, ni obreros, ni seguridad, ni estructuras, ni reglas del juego claras, ni verdadera voluntad de mejora.
El racismo lo condicionó igualmente todo. No nos hacen gracia los negros o árabes sin dinero, y más en tiempos localistas de crisis y de desesperación también aquí. Nunca nos hicieron gracia los africanos ...
A África le faltaron verdaderos diagnosticadores de sus necesidades más perentorias, y sobraron todos los sambenitos y los estigmas. Y, casi de repente, la tenaz y tozuda realidad nos trajo unas migraciones masivas que proceden del malestar progresivo de permanecer en sus territorios de origen, unido a la idea maravillosa y quizás posible del ir más allá del fatalismo.
Realmente el africano hombre, se empieza a creer que tiene derecho a ser feliz y a aspirar a derechos y a placeres otrora inauditos para sus raquíticos horizontes y resignaciones.
No. Ahora que África no existe para la Economía, el negro se mueve y viene para donde están las habas y la esperanza. El negro prefiere intentarlo a llorar. El africano quiere tocar un cielo y no perderse en sus esperables infiernos de menoridad.
Los blancos no esperaban esa dignidad afro recuperada. Se pensaban que se quedarían allí con sus guerras y hambrunas, y que todo estaría y sería lejano y de éllos. Que no nos concernería, y que ya se apañarían que a nosotros no nos iría a salpicar.
¡En los morros! Sus muertes y desesperadas peripecias han tirado por la borda todas esas puertas al campo ilusorias y fantasiosas. Porque los negros y pobres vienen y seguirán viniendo. Porque el único efecto llamada que existe, procede del grito de nuestra cruel indiferencia.
-TAMBIÉN ELLOS SON Y SIENTEN-

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