Yo era un niño. Muy poquitos años. Y me apoyo en los decires de mis padres, para contaros el siguiente relato, más a modo de ternura que de otra cosa.
Oh, mis vecinos. Sí. Puerta con puerta. Se llamaban Salvador y Amparito. Y tenían dos hijos y una hija. El hijo mayor, se llamaba "Salvorín", que era el diminutivo que en Valencia se empleaba para el nombre cariñoso de Salvador.
Y este muchacho, Salvador, decidió que iba a triunfar en los toros. Y allá que fué a hacer sus pinitos. Y venga que te venga a entrenar. Y un día alguien le bautizó como Salvorín "El Temerario", supongo que por su aparente casta y valor. No lo sé. Lo supe más tarde.
Hasta que llegó su día y su hora. Alguien de la plaza de toros de Valencia,-el coso taurino de la calle de Xátiva-, decidió que Salvorín, apodado "El Temerario", iba a demostrar delante de todos los aficionados taurinos valencianos, su presunto arte y valor. Iba a ser novillero, pero de los de verdad, en el gran santuario donde triunfaron tantas y tantas figuras del arte de cúchares.
Ya estamos en la plaza ubicados y espectantes. Salvador, "El Temerario", vestido de luces y marcando la consiguiente taleguilla, se disponía a recibir al primero de los novillos asignados. Y presto y dispuesto, "El Temerario" tomó su capa y avanzó hacia la res, aparentemente decidido, y a pesar de que el hombre no hacía buena cara.
Pero, y ante la sorpresa de todos, "El Temerario" se acojonó, y lleno de miedo tiró la capa y la espada, saliendo despedido y casi trastabilleándose, buscando santo refugio y sanidad en las más que oportunas tablas. Algo seguro.
División de opiniones para "El Temerario". Media plaza se descojonaba de la risa, y media plaza le increpaba por cagón e impostor. Por fantasma y falso.
Los padres de Salvorín, no sabían en dónde esconderse, por la tremenda vergüenza que estaban pasando. Y mi madre, pellizcaba sin suerte a mi padre Alfonso, el cual se meaba de la risa y soltaba sin poder evitarlo unas enormes carcajadas. No se podía contener.
Al acabar el festejo, mis vecinos salieron a toda prisa del coso taurino, pisaron la calle Xátiva, se adentraron en la avenida Guillém de Castro, y llegaron a nuestra calle de Borrull.
Avergonzados, no salieron de la casa durante algún tiempo. Solo lo hacían, para lo justo: las compras y tal. Y conmimaron a su hijo Salvorín a que tuviese vergüenza coherente, y a no volverle oír hablar de la cosa taurina en su puñetera vida.
Afortunadamente, "El Temerario" dejó su aparente vocación, y acabó siendo conductor de autobuses. Recuerdo tanto el bochorno de sus padres en aquella taurina tarde, como las risas imparables del mío, francas y fuertes como todo él.
-VERÍDICO-
2 comentarios:
Pues me ha gustado el relato, Mago. Ya te he comentado en otras ocasiones que cuando escribes cosas propias, recuerdos de infancia o juventud, me gustan mucho. ¿Salvadorín sigue conduciendo buses?
Un beso
Mil gracias por tus elogios, HONEY.
Salvorín,mi ex vecino, no sé ya ni dónde vive.El tiempo fue pasando y casi todo el vecindario fue tomando otros rumbos, otras calles;otros objetivos vitales. Y en el barrio, quedamos muy pocos de los de toda la vida.
Ley de vida, Honey.
BESOS!
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