- CRÍTICA DE CINE DE LA CARTELERA VALENCIANA "TURIA" -
El mexicano Alejandro González Iñarritu insiste en su exploración del dolor humano (21 gramos, Babel) con esa intensa película ambientada en una Barcelona muy alejada de la que nos venden (con toda justicia) las postales turísticas, y protagonizada por un inmenso Javier Bardem completamente metido en la piel de su exigente personaje, un hombre con los días contados y todavía con demasiadas cuentas que saldar en el mundo de los vivos. Un film que, como probablemente conocerá el lector, ha llegado con cierta división de opiniones (algo que, en cierto modo, también sucedió con los títulos del cineasta citados anteriormente), y al que algunos le reprochan su condición de circo de la miseria y los sentimientos, dos universos del mundo real,- sólo hace falta mirar afuera o asomarse al abismo individual de cada cual- que, sin duda, andan muy presentes en el film, y cuya encarnación en estado límite asegura al relato, un prolongado paseo por el alambre que separa lo sublime de lo vulgar, o incluso de lo ridículo. Un riesgo que, a pesar de la tajante premisa argumental (la muerte a plazo fijo), la película supera con nota, y que además multiplica, voluntariamente, por tres o cuatro, al incluir como apertura y cierre unas secuencias de fundamentos oníricos, metafísicos o si se quiere, que en mi opinión no sólo dotan a la historia de trascendencia moral y poética, sino que, con su encaje en la escena final, la enmarcan con singular belleza y emoción.
Pero para hablarnos del dolor extremo que anda asociado al propio amor de padre, la película pisa la calle con decisión, los espacios de las grandes ciudades reservados a los modernos "olvidados" de nuestro tiempo (y las comillas son, efectivamente, para remitir al conocido film de Buñuel), observando minuciosamente ambientes y conductas del lumpen contemporáneo. Un microcosmos social de subsaharianos y chinos que son explotados en una larga cadena de miserias, en la que participa el propio protagonista, su hermano (Eduard Fernández), el policía que interpreta Rubén Ochandiano, o el constructor mafias a cargo de Karra Elejalde (todos ellos excelentes); y un microcosmos personal, la pareja bipolar de nuestro hombre, sus hijos, sus amigos del otro lado (las jóvenes de raza negra y china respectivamente); dos universos complementarios, ambos cargados con la dinamita que procura la autenticidad y rebosantes del dolor que provoca un mundo esencialmente injusto -con algunas escenas memorables al respecto, como la caza de top mantas por las calles de Barcelona, las secuencias en el sótano de los trabajadores clandestinos, o la playa cubierta de cadáveres-, que terminan trazando un dibujo, un panorama, un pequeño informe general de un "hoy en día" que se pretende, o pretendemos, invisible (vengan a ver lo que no quieren ver, que decía la canción de Luís Pastor), y que aparece perfectamente ajustado a las necesidades morales de este complejo relato de dolor y de amor a partes iguales, que logra dejar huella (profunda) en el ánimo del espectador. Al menos, en el mío.
- CRÓNICA DEL CRÍTICO DE LA CARTELERA TURIA= Pedro Uris. -
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