domingo, 26 de febrero de 2017

- ROSA, MI FAMILIA -



Rosa no figura en mi libro de familia, pero forma parte de ella. Está ahí. Empezó siendo la limpiadora de la escalera, y ahora es alguien más que cercano y apreciado. La debo mucho.
Rosa es frágil y a la vez fuerte y cabezona. Ahí está. Viene todas las semanas y necesita desahogarse. Tiene cáncer, le contagiaron el Sida, y apenas tiene trabajo. Su resistencia es hercúlea. Y ha pasado por todas las fases de su mal azar.
Es un orgullo para mí el verla sentada en ese mismo confortable sillón que le compré a mi madre al percatarme de que mi viejita tesoro necesitaba algo más que una silla convencional.
En ese mismo sillón, Rosa se siente bien. Y me cuenta atropellada y desordenadamente sus mil penurias. A veces se trae a su perrito "Golfo", al cual adora y él a su dueña.
Rosa se estremece de verdad en ese sillón, y me cuenta sus cosas tan terribles como humanas. Se suelta o lo intenta, mientras unos tremendos dolores en los huesos la hacen moverse de un lado hacia otro.
Pero, tiene fuerza. Yo confío en su fuerza. Quiero su fuerza y su actitud. Y aguanto su tremendo temporal desbocado de ira. No puede apenas pagarse sus medicamentos, su cuerpo acusa los efectos secundarios más que potentes de la quimioterapia y de los antivirales, pero consigue aún así y en admirabilidad, hilvanar un discurso lleno, profuso, animoso, repleto y hasta volcán.
Rosa está pasándolas putas. Afortunadamente sus plaquetas cancerígenas se redujeron en su última analítica. Pero su ira y su temperamento son imparables. A veces llora y muy poco. Nunca quiere dar pena a nadie ni sensación de vulnerabilidad. Rosa siempre fue una lagartija escurridiza y activa, y al verse con cincuenta y pocos años a merced de tantas adversidades, tiende a desconcertarse y a gritar.
Se le va la olla de su paz, y el oído izquierdo está tan cerca de su tumor extirpado que ya no sirve. Y a veces no se da cuenta de que alza su voz, pero yo con un gesto de mi mano calmo y modulo su sonoridad.
Rosa me cuenta que su hija no sabe lo del Sida ni debe saberlo. Porque si ya se viene abajo con lo de los tumores, como para añadirle más carne al asador del dolor. Por eso Rosa agradece que le abra la puerta de mi casa y de mi corazón. Y que la deje sentarse un buen rato en ese cómodo sillón teniendo a sus pies semanalmente una estufita caliente de esas pequeñitas y de los chinos. Baratita y necesaria.
Es duro verla así,y cuando viene quedan atrás mis lamentos, y yo empiezo con el cachondeo para intentar que se olvide por un rato de su terror y que vea la vida jugar y en color. Y a veces se ríe y la contagio. Y como cuando se ríe encadena bien y se pone mucho tiempo contenta, entonces misión cumplida.
Le digo a Rosa que yo me moriré antes que ella, que mala hierba nunca muere y si muere resucita, hablamos de los ladrones que tenemos en mi España del amor, y claro, cuando hablamos de los ladrones se nos van los minutos y hasta las horas, volando. Hay material.
Y también hay una complicidad que no falla cada vez que viene. Y es cuando la cojo y le doy un tremendo abrazo que prolongo aposta. Este abrazo de tronco de árbol, Rosa lo agradece especialmente. Y dice que sí, que es fundamentalmente el abrazo de tronco de árbol el que le da vida y confianza, que le da salud. Un día se le escapó decirme que yo la había salvado la vida ... ¡Qué cosas se le ocurren a la menuda Rosita! Lo único que he hecho es darle calor.
Vuelvo a su terapéutico sillón. Ahora le joden los huesos de los brazos, y sus manos se le apelmazan y necesita soluciones. Para ello pedirá que la operen del nervio que pasa por el túnel carpiano a ver si así con el brazo menos activo cede el dolor que la empuja y la inoportuna dándole infierno.
Ese dolor la tiene mártir, descansa a ratos por la noche y por el día, come en pajita, aún tiene cojones y ovarios para aún estando así hacernos la escalera, y yo siento que estoy ayudando a alguien fuerte y con una actitud absolutamente admirable.
¡CHAPEAU, ROSA!

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