Hoy mi esfuerzo tuvo una necesaria compensación. Llevar a mi madre a la realidad,- que fuese por unos segundos-, fue sin duda todo un éxito. Acompañaba un día fastuoso con un clima más que primaveral y calmo, y yo me la jugué osado. Porque mi madre no quiere ver a nadie, y si la obligo se pone todavía más violenta y senecta. Por eso decidí lo aparentemente inadecuado y la llevé con la silla de ruedas a visitar a la única amiga verdadera que le quedaba. Vive aquí cerquita. En la Plaza Rojas Clemente de mi Valencia, hasta que ...
Al llegar a su coqueta planta baja, en donde vive la hija de la señora Laura y su señor padre, llamé al timbre. La hija de la citada señora Laura hizo un gesto extraño e inusual. Tenso y triste. Y tímidamente, nos abrió la puerta. Yo, pregunté de inmediato por su madre, y la hija me dijo emocionada: "La señora Laura ya no está. Hace dos meses que ..." Y no lograba ya proseguir la frase. Yo me acerqué y le di dos besos. Mensaje de la ley de vida captado. Las cosas, son las que son.
La señora Laura tenía la cara regordeta, quería muchísimo a mi madre, apenas tenía arrugas, era valenciana hasta la médula, y a pesar de una precoz cojera fruto de la artrosis mediterránea, siempre fue más que vital y culo inquieto.
Hace algunas décadas que llamaba a mi casa sin ascensor. Decía por la vieja escalera su nombre, y entonces mi madre se ponía toda nerviosa, alegre y precipitada, y bajaba corriendo los tres pisos de la escalera con el monedero en uno de sus bolsillos.
La señora Laura tenía el gesto de venir a casa con la excusa del cobro de la cuota de la Asociación de devotos de la Virgen del Socorro y la lotería correspondiente de cada mes. Era otro tiempo y el mismo cariño. La señora iba con su bastón a las procesiones de la barriada como clavariesa, y cuando llegaba Junio nos daba el librito de la Asociación, las peladillas, los cirios, las medallas conmemorativas, y un ticket para un pastel.
Triste y contrariado, me he dado la vuelta y tenía que decirle a mi madre que su amiga Laura había fallecido hacía dos meses. Y mi madre ha logrado salir de su demencia y me ha dicho con la cabeza que me había entendido, y algunos metros más adelante mi madre tesoro ha farfullado que: "vaya pues", "¡qué pena!", y cosas así.
Cuando hemos llegado a casa, entre vueltas mentales a la infancia y alguna que otra vera, me ha mirado mi progenitora y dicho: "Tengo dolor en el corazón ..." Y yo le he explicado que es la vida y que todo es normal porque cuando hay mucho cariño pasa ésto; sobreviene el dolor y la pena. Y los dos, emocionados, le quitábamos hierro aparente a la cosa.
No solo se ha muerto la entrañable y buena señora Laura. No. Se ha ido alguien que no solo existía, sino que nos tenía presentes siempre en su pensamiento. Nos quería. Y desde aquí afirmo, que la señora Laura sí formaba parte de nuestra familia real. Y que los familiares oficiales, han mostrado con su olvido de nosotros y de mi madre, una falta de sensibilidad inapelable y hasta repugnante.
Mi madre Carmen volvió a la realidad. Dejó atrás demencias y teclas propias de los ochenta y nueve años, y volvió por unos minutos a ser una mujer capaz de sentir y de pensar nuevamente. De, sentir ...
La muerte de la señora Laura lanzó coletazos de memoria emocionada en mi madre y eso siempre es bonito. Me he alegrado de que mi madre pudiese volver a recordar a su amiga con la que en tiempos tanto charló y recharló. Y que la tristeza necesaria colocara un paréntesis de lucidez en mamá. Paradojas. Y el amor y el cariño que vencen a las particularidades de la senectud potente.
Tardaré yo en volver a pasar por delante de la Plaza Rojas Clemente, lugar en donde vivió siempre la entrañable finada. Por mi madre y por mí. Todo era y es irremediable. Mi madre no pudo despedirse de su amiga porque no logra ya conectar consigo misma. Son cosas de la vida y del azar y circunstancia. Atrás queda la lotería y la excusa, y las peladillas, pero esa relación de cariño mutuo hacen a mi madre y a la señora Laura aún más eternas.
-DESCANSE EN PAZ-
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