En el barrio de pescadores de El Serrallo, en la romana Tarragona, hay una magia eterna y siempre misteriosa que se llama Zydia.
Hay que verla en la tarde, en su coqueta terraza llena de plantas trepadoras y aromáticas, y haciendo de su mirada una personalidad única y especial.
Zydia aún es joven, pero no lo parece si te fijas en sus ojos extremadamente tristes. Y sentada sobre la mecedora que le legó su santo abuelo, la buena de Zydia parece hechizada sobre su silencio.
Desde su terraza se ve la vía del tren, y el paso de los viajeros y de la vida, y si te fijas y casi por entre un pequeño rincón, también se aprecia el puerto deportivo y el mar. Mare Nostrum.
Me preocupa Zydia. Ya no es ella en su discurso. Y aunque siempre fue extrañamente contradictoria, se diría que o bien ahora va en serio, o que es fruto de una profunda tristeza que se llama depresión.
Hace años que le dijo que no a todos los hombres que pretendían su amor, su belleza, sus ojos de vikinga maravillosamente paleta, y toda su enorme vitalidad y embrujo.
Mas a pesar de todo lo anterior, Zydia parecía vivir tranquila viendo crecer a sus hijos y peleando laboralmente para sí misma mientras cuidaba a sus padres ya muy mayores. Ahora Zydia me dice que no a todo. Se lo dice a sí misma ...
Ella sabe que puede morir. Y su espíritu está atribulado. Porque Zydia es amor y viajes, y risas e ironías, y sorpresas, y tartas de chocolate para los suyos, y visitas y más visitas a los que fueron y dicen y todo ser sus amig@s.
Los genes atacan a Zydia. La arterioesclerosis le ha estallado en su organismo y se ha vuelto dependiente. Está tan débil que ya no sale siquiera a la calle. Los médicos dicen de operarla, pero no le garantizan que quedará bien. Y Zydia, temiendo lo peor, se niega a firmar. No quiere el menor de los riesgos, y eso no es posible ahora.
Zydia llora mucho por adentro mientras ve pasar unos trenes que ya valora como inabordables. Y ha decidido parar y estatizarse. Y va a aprovechar para irse unos días a una Masía con sus padres, solitaria y rodeada de montañas para ver qué hace y qué decide.
Miedo me da Zydia porque veo que sus hijos ya van siendo autónomos y que sus padres están demasiado mayores. Zydia quiere silencio y libertad, discreción y poca confidencia, llorar a mares sin que se entere nadie, y contarme cuando nadie lo sepa sus vivires en el barco del pescador de su entrañable abuelo cuando niña.
Zydia ha querido ser sirena y nadó siempre como los ángeles. El mar. A Zydia el mar le sugiere vértigo y sueños, y su abuelo le confiaba los secretos de que esas cosas con cola de la que hablan los marineros que hay en el mar, son toda una realidad. Hay sirenas. Existen las sirenas. Y los hombres juegan a ser seducidos entre la fantasía y la maravillosa realidad. Adora partes de su infancia, pero es práctica y clara. Hay que tener dinero en los bolsillos y alegría en los retos.
Para Zydia la vida ha de ser una concreción y nunca un rumor. Y ahora solo oye rumores vestidos de pesimismo y de retiro, de necesidad de desconectar de todas las cosas, y decidir qué camino toma cuando llegue el Septiembre de las uvas y los cobres de luz.
Como sé de lo que es capaz Zydia, yo confío que la maga sirena protagonista acepte ser operada y hasta que sus hijos la vean en menores condiciones que siempre.
-PORQUE TENGO FE EN EL AMOR-
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