Mi panadería. Mi horno de siempre. El de toda la vida. Al que fueron mi abuela y mi madre. El horno al que voy ahora yo. Pero ya no está la mirada atenta y acogedora de la panadera María Jesús, y los tiempos son otros. Los puñeteros y reales tiempos del hoy.
Yo intuyo que no volveré a ver más en el horno a la mirada familiar de mi hornera favorita, la cual siempre nos daba los dos panes sin que le dijéramos nada, porque nos conoce de siempre y porque nos los hacía adrede y nos los reservaba y todo la buena mujer.
Y no creo que la vea más tras el mostrador y con su enorme afabilidad, porque está malita y la veo delgada caminando por las calles de la barriada, y ojalá me equivoque y estas cosas.
Pero la señora María Jesús se levantaba todas las mañanas y no podía estar quieta. Solo la conozco de trabajar y de trabajar. De estar todos los días ahí. De que me escuchara quejarme mucho de mis cosas. Sí. De que me escuchara con unos ojos casi maternales y comprensivos que ponía.
La veo caminar junto a los suyos, pero no es posible que a esta laboriosa señora le esté costando tanto reincorporarse a su horno. Algo gordo, demasiado gordo, debe atenazarla ...
Y entonces voy al horno y se nota más que mucho el cambio generacional y sus relevos. La hija que más está y más me conoce, sí que se sabe cómo se llaman mis panes y cuáles ha de darme y cuáles no. Pero su otra hermana ya no lo sabe, y resulta que a estas alturas del partido he de aprenderme los nombres de los panes o la chica no se entera. Se ha perdido la cercanía. Se va perdiendo ...
La hija que más me atiende porque más tiempo está y me conoce más, sí que me sonríe, e incluso me escucha por las mañanas con cortesía mis comentarios acerca de mi mundo. Pero veo en su mirada la seriedad de la distancia. Como queriendo decir: "Bien, vale, te conozco y a tu madre y todo eso, pero,¿qué me estás contando?" ...
Tiene razón. Mi vida es su vida y la de los otros, otra. Pero mi nostalgia del pasado se me revuelve clara. Su madre, María Jesús, sí que me escuchaba y parecía comprenderme. Y aunque casi no la dejaba hablar, ella miraba con curiosidad y lanzaba una opinión siempre oportuna y hasta sabia. Y me animaba a tener paciencia y que a seguir, y que todo lo malo pasa, y todas esas cosas cercanas y tiernas que se tienen y alcanzan con el paso de las décadas.
Mi calle Borrull está huérfana o carente de cercanías y abierta al mundo funcional y rápido de hoy. Un ejemplo es el horno y mi rechazo a los cambios evidentes.
Yo ya no voy a gusto a ese horno. La señora María Jesús no está y no me pregunta todos los días por mi anciana madre como antaño, y un día que pasaba la miré y la vi también en ella una distancia inesperada que no interpreté bien.
La señora María Jesús no se entristece o pone seria cuando me ve ahora a la distancia, sino porque me asocia a su tiempo de salud y de libertad, y los médicos le han aconsejado mucho descanso, y se ve que eso lo siente como una patada en los mismísimos. Pero la realidad es la que es. Y sin epítetos.
-SIN NADA-
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