El señor Miguel es alto y sereno. Muy tranquilo. De una sola marcha, vivido y humano. Sus movimientos son quedos, seguros pero lentos, como si su corazón ya lo hubiese sentido todo, y como si la sorpresa solo fuese un atrás.
Poco más de setenta años que no aparenta, Miguel se cose con el transcurrir del tiempo y solo cree en la estabilidad. Apenas en las señales de su líbido.
Porque su amor, ya pasó. Ya tuvo lugar. Su ex mujer lo fue todo en su vida varonil y activa, al igual que sus tres hijas a las que siempre adorará. Le llaman bobo por ser tan padrazo y comprensivo.Pero el señor Miguel nunca será de decisiones radicales o impulsivas. El impulso es de jóvenes locos, y él ya pasó tal Rubicón.
Miguel toma su coche y avanza lentamente. Es consciente de que pronto se va a dejar el carnet de conducir. Hay cosas más plácidas y cómodas que van yendo con su tiempo.
Lo que pasa es que sus hijas vuelan. Sí. Sus hijas están cada vez más lejos de él y no porque no le quieran, sino porque el tiempo poderoso e inquebrantable siempre convoca distancias.
Su ex, sabe de su generosidad un tanto pánfila. No es buena gente. Se apoya en las hijas mutuas para aprovecharse de su apartamento en la playa. Y el señor Miguel lo que no quiere son tensiones ni ver que sus hijas entren en malas caras. Que haga su ex lo que quiera, pero nada de reproches.
¿Soledad? Quizás la soledad al señor Miguel se la marca el tiempo inolvidable y poco más. Ya se ha cansado de viajar y de competir, y esta característica le lleva. Por eso es que cuando encuentra a una mujer que le gusta, se lo toma todo caballerosamente con calma.
Nunca habla alto el señor Miguel. Jamás. Eso no está en su gen, y de estarlo se lo llevó la madre de sus hijas. Ella es la responsable de su soledad, se malicia el señor Miguel. Y ya no se ve capaz de emprender proyectos excesivos para que su vida pueda enderezarse de sucederes.
De Benidorm, no va a pasar. Si le gusta una mujer, él nunca le va a negar nada, pero debe contemplar su tiempo sedentario y de poco nomadismo. Como le reclamem sal, salto, moverse más o volverse loco, el señor Miguel y siempre con la más educada de sus sonridas va a decir que no.
¿Soledad? ¡Pues claro que sí! Es humano y no de piedra, y cuando ve a una señora todavía de buen ver, reacciona. Pero sus reacciones siguen un ritmo metódico, más que calmo y él no quiere preguntarse si acaso lentorro.
El señor Miguel es un pedazo de pan, pero nunca jugará de delantero centro ni pasará del centro de campo. Están sus hijas, están sus amigos de fin de semana que le aceptan; tiene excelente reputación porque trabajó mucho y nunca se peleó con nadie excesivamente.
Quizás esa falta de presencia y de actitud le distanció de su ex. Pero su ex es su tiempo de atleta, de plenitud, de apogeo, de poder y de incluso toda la nostalgia de un tiempo de amor para siempre y que se ajó hacia el adiós.
Ahora, anda triste el señor Miguel. Se había medio ilusionado con una dama de origen andaluz, bella y brava. Pero Miguel siguió midiendo su tiempo y sus ademanes acompasados, y asume que ya necesita la pastilla azul para la coyunda y eso le incomoda, y que no, y que todas las mujeres que puede ir conociendo y que no son muchas, le piden un ritmo superior. E incluso alguna vez ha llegado a chocar en sus deseos con sus hijas y su mundo, y eso le desanima.
Miguel ha varado en un puerto su barco, y a veces les dice sin que le vean algo a las gaviotas de su libertad. Pero acepta agridulce pero convencido el tiempo de su actitud. El tiempo ha de ser como él. Solitario, inevitable y siempre calmo.
-TODO EL RESPETO-
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