Lo del astur Luis Enrique Martínez, es bastante insólito. Porque lleva toda su vida metido como jugador en este negocio, y luego como entrenador. Y ha jugado entre otros equipos, en el Real Madrid y en el Barcelona.
Un seleccionador ha de mostrar,-no como cualquier técnico-, humildad y buena disposición. Y sin embargo, Lucho ha construido un personaje quijotesco y maleducado. Y cual si quisiera crear escuela con sus relaciones con los medios, parece generarse un extraño morbo cada vez que comparece ante los medios. Y esa imagen chulesca más que experimentada que da, le impide seguir ahí en mi modesta opinión.
En el aspecto meramente futbolístico, la Selección Española atraviesa el desierto duro de la transición, tras una maravillosa etapa de éxitos majestuosos. España ya no es Campeona del Mundo ni de Europa, y ya no está entre los favoritos iniciales para ganar las competiciones en las que participa.
Lógicamente, que nadie espere la irrupción de aquellos mitos como fueron, Iniesta, Villa, Iker, Xavi o Puyol, el fútbol de fantasía y la enorme calidad de aquellos portentos. Pero da la impresión de que el fútbol que propone Luis Enrique no es una apuesta a las sorpresas, sino más bien a los resultados favorables. Y para ello se aferra cual una secta extraña, a defender a sus jugadores de las críticas.
Ahí está uno de los puntos clave. Su ego. Su incapacidad para reconocer que de vez en cuando, la caga. De la misma manera que nunca cede frente a los periodistas, con los que juega a ser el malo y el tensionante. Afirma el astur que él sabe mucho de fútbol. Y lo que pretende con estas sobradas es generar un caldo de cultivo de pugna absurda.
Luis Enrique no es inteligente. Solo es listo. Se parecen los términos, pero reflejan mucha diferencia intelectual. Se ponga como se ponga Luis Enrique, lo que concilia, lo que nos pone de acuerdo, lo que nos consensúa es que la Roja pueda jugar un fútbol bonito de ver. Porque la España genial de Iniesta, Luis o Del Bosque, además de victorias, tenía esa característica. Jugar bien. Como aquel Barça inolvidable del Pep Guardiola.
Luis Enrique convoca y alinea a centrales inmaduros como Eric García, elude a goleadores consagrados como Yago Aspas, y nunca se detiene a pensar en aquel fantástico tiki-taka que maravilló, en la necesidad de que un líder en el campo tome la manija y pegue dos gritos, y que el orden y la regularidad no parten exclusivamente del banquillo en donde él se sienta.
Una vez construido el personaje del "malísimo", Lucho afirma que "se tiraría" por un puente por el más que polémico Javier Clemente, e intercambia tensiones con los periodistas con provocaciones constantes.
Luis Enrique no es el capitán ni el alma de la Selección. Es alguien más, que tiene asignada una muy importante función. Pero que olvida que el fútbol es mucho más. El fútbol español es muchísimo más. Son las opiniones favorables y desfavorables, la respuesta medida y serena, la pausa en su extraña audacia altiva, y el espíritu de un hombre modesto que sepa escuchar.
Lucho, está sordo. Muy sordo. Va a la contra, y confunde su libertad con alguna estupidez. Bien es cierto que los aficionados queremos movida y sal, pero hasta ciertos límites. Porque el equipo nacional es el equipo de todas y de todos. De los periodistas, de los aficionados, de los técnicos, de los apasionados y hasta de los eternamente escépticos.
Me gustaría ver a un Luis Enrique reflexivo y abierto; hasta vulnerable. Pero en cada comparecencia se siente por encima del bien y del mal. Porque, antes muerto que sencillo.
-POR ESO PIDO SU DIMISIÓN-
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