jueves, 20 de septiembre de 2018

- ELYA Y EL MAR -




Mediados de los setenta. España interior y tranquila. Expectación vital, eterna y necesaria. Elya es una chica de un pueblo muy chiquito. Pero está bien. Es tranquilo y mágico. Porque la raíz siempre es mágica.
La capital es muy grande y está llena de intereses y rarezas. Pero en una veinteañera como Elya siempre ha de haber una supervisión aunque sea leve y modesta. Y en el fondo su vida es un dejarse llevar, alegre, despreocupada y siempre optimista.
Elya no sabe si irá a la Universidad. Pero es vivaz, intuitiva, mujer y consecuente. Como toda chica de su edad, se reúne siempre con su grupo de amigas y amigos. En los años setenta y en las españas rurales, casi siempre mejor con amigas aunque haya tutelaje final masculino. Elya es muy tranquila y sabe que las cosas están como están y no va a preferir líos. Solo espontaneidad y momentos propicios.
Y alguien de su grupo de amistad, ha decidido lanzar la idea amical de hacerse un largo viaje y ver el mar. ¡Albricias! Todas contentas y y todos contentos. Algunas reticencias atávicas en los pueblos, pero se acuerdan todos los pormenores del viaje, el cual siempre será vigilado por hombres de confianza. Parecen necesarios, o lo son, o vaya a saberse si lo serán. Elya no piensa demasiado y decide seguir las corrientes propicias. Si hay viaje a una playa mediterránea, -su primer viaje camino del mar por cierto-, ella irá al viaje.
¡Hay viaje! Un autobús modesto lleva a treinta y cinco personas a bordo. Casi todos, son el grupo de amigos de Elya. Pero no todos. Y además hay vigilantes a bordo. El objetivo de la seguridad consiste en que no hayan demasiados incidentes de juventud, como puedan ser las tentaciones del amor que en la escapada surjan, y todos los mil peligros que el azar travieso de la hormona del crecer desea que aparezcan. Los chicos van todos juntos y separados estratégicamente de las mozas. A Elya ni le da igual ni le deja de dar igual. Se deja llevar. O, al menos aparentemente ...
Horas y más horas de viaje. Paradas y descansos del conductor del autobús. Las carreteras no son las actuales. Hasta que por fin, y tras cantarse todo el repertorio festivo-musical para hacer más llevadera la pesadez del trayecto, alguien dice que han llegado al albergue-pensión que será su vigilado campo base. Solo es un fin de semana mediterráneo de sol. Una excursión corta, pero que se promete intensa.
Al día siguiente, bien de mañana, ya están todos los excursionistas sellando con sus pies la playa. Saben que un cura les acompaña. El pecado y la tentación siempre aparecen en los momentos más impensados y aparentemente inofensivos.
Elya está como petrificada o meditativa. ¡Aquello es el mar! ¡Inmenso y absolutamente misterioso! Elya pisa la playa con su recién estrenado bikini recatado. Es pudorosa y así lo hace ver. Le tienen que llamar la atención varias veces. Es como si estuviese abducida por algo. ¿Por el mar inmenso y extremadamente mistérico? ...
Elya pronto sabrá que no. Elya explora. Elya ve, mira, observa, mide, trata de acaparar información porque es bien distinto lo que percibe de lo que conoce en su tierra de interior. Ha de volver con un buen bagaje. Con mayor sabiduría y aprovechando cada momento.
- "¿Te gusta el mar, Elya?", le espetan sus amigos ...
- "Sí. Claro", les responde lacónicamente Elya.
Pero  a Elya no le entusiasma el mar y sigue prefiriendo el monte. Mas es lo mismo. Ya intuía que no le iba a gustar. Pero tenía el deber de ir in situ, y contemplar las cosas sin que nadie se las contara. Aquella experiencia fue rica y hermosa para Elya. Lo mejor no era el mar, sino descubrir cada átomo de nueva cosa y de paisajes distintos. Introducirse en la dinámica de la vida. Para así elegir y elegirlo todo. Todo lo posible.
-LO REALISTA-

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