En el medio de esa mi juventud inexistente y abúlica, en la derrota impensada y sin sabor, en el corazón de una absurda aventura y capricho, puse mis ojos en la tele. Sí. Uno de esos canales con caspa y monotemáticos de esoterismo, en donde sale gente diversa diciéndote el futuro y todo aquello que va a salirte fetén y que tanto deseas escuchar.
Ahí, en la pantalla, estaba Kina. Me pareció una mujer racial y poco sofisticada, animosa, natural, con necesidad interior, y astuta. Más tarde me confesaría que tenía unos amigos adinerados e influyentes, los cuales le daban la ocasión de salir en la tele para ganarse así la vida.
Recuerdo su morenez, sus años ya maduros, y la dureza de sus negros y hermosos ojos. Heridas. Y algún descuido en el escote, el cual solo era estrategia y cebo de share.
Kina era una hembra andaluza y rutilante, vivida, con mucho dolor interior, y con muchas aparentes ganas de creerse lo que decía en la tele.
Ahí estaba todos los días Kina. Y cuando yo veía que disponía del mejor momento de intimidad personal, cuando no había nadie por la casa,-incluída mi madre permanente y vigía-, se me ocurrió idear algo para llegar a la mujer e inventarme una aventura. Para hacerme presente de futuro de aries, capricornio, libra, y de sus ojos ...
Y llamé a la emisora. No se puso Kina, pero sí una compañera que me dijo que la mujer estaba atendiendo al personal, pero que en quince minutos ya estaría toda libre para mí ...
No me arrugué y saqué mi deseo. Y mi teatralidad y mi poesía vocal de seducción. A la segunda llamada, ya estaba Kina ahí. Yo, cortado, no acertaba a decir palabra. Pero finalmente atiné a decirla a Kina que no la llamaba por el futuro sino por el presente de sus ojos negros.
- "O sea, que me quieres decir que te he gustado, ¿no?"...
- "Sí" ...
Comencé a llamarla a su teléfono, y su vanidad de incógnito la atraía. Y un día decidí sugerirle que me dejase verla físicamente yendo a su consulta. Me dijo que no me preocupara, y que ya aleccionaría a la joven que recibía a la gente para que solo con decir mi nombre fuese alguien esperado y no saltara ninguna alarma. La plena seguridad.
No perdí el tiempo. Ella no sabía mi de mi faceta literaria, y yo me aferré en construír ripios poéticos que la llenaran de agrado y sorpresa. Cuando llegué a su consulta, su compañera tras pedirme el nombre, me dijo que me sentara y por favor además.
Al rato salió Kina, y me dijo: - "¡Ah!, sí, claro, tú me traes unos mapas. Ya. Ven. ¡Entra!"...
Yo, nada dije, y la habitación donde Kina echaba las cartas, se cerró tras nosotros. Mis palabras eran el deseo de agradarla y de darle mis poesías llenas de halagos y de cebos pasionales. Y cuando ella, tras desarmarse de risa y alegría, se disponía a decirme que ya debía partir, entonces yo la cogía las manos y la hacía un gesto. Ella abría entonces su escote y me enseñaba su sujetador de marca y hasta parte de su busto.
Así. ¡varios viajes a su consulta! ... Pero un día me dijo que había cambiado de opinión. Porque su ex la perseguía, era el dueño de todo ese piso, sospechaba algo, y ella le tenía miedo físico. Según Kina, podía suceder algo muy gordo si seguía yendo a aquel lugar. Acojonado, superé mi deseo y no volví más al piso.
Pero en mi casa seguí viéndola y viéndola. Hasta que un día cambiaron los canales de la tele, ya no la pude ver más, y como soy un desastre perdí su número de teléfono. Afortunadamente. El tedio sin esperanza suele ser una fuente de irrealidad.
-A PESAR DE LOS OJOS DE KINA-
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