viernes, 25 de mayo de 2018

- LA ÉPICA DEL GENIAL FROOME EN EL GIRO 2018 -




Le tenía yo manía a ese desconocido que era Chris Froome. Un tipo de raros movimientos sobre la bici, inglés nacido en Nairobi, amarrategui, fuerte, delgado y estratega.
No me gusta ese ciclismo conservador y aburridote. Le ganaba a Contador y a quien hiciera falta. Hasta que pasó el tiempo, pude ver su rostro de inglés deportivo y simpático, y me ganó su personalidad y enorme talento sobre la "burra". Un ciclista completísimo y regular. El último gran corredor, a menos que se espabile de una vez el colombiano Nairo.
Le han acusado de todo. Como a Perico o a Contador. Los jueces tienen cara de poca chiquita con el dóping. Hacen bien en arrear sin miramientos. El deporte y la trampa son antípodas.
Tras la exhibición desde  la Cima Coppi que ha hecho tres días antes de que termine el Giro del potente Dimoulin, he vuelto a sentir la épica que me hace saltar del asiento.
Era subiendo la Coppi, llamada Colle Delle Finestre. Froome demarró a ochenta kilómetros de meta hacia la maglia rosa, animado por el descalabro de Yates. Coronó dicha magna cima, y ya no lo dejó, y en solitario completó los puertos de Sestrière y de Jafferau. (Etapa Venaria Reale con Bardonecchia) Todo Alpes. Y emuló al "Tarangu" Fuente, y a Pantani, y a Merckx, y a Ocaña, y al loco Contador, y a todos los grandes y valientes caníbales de las dos  ruedas con manillar.
¡Mentira! Hoy todo es mentira y son fábulas. Froome no puede llevar ningún motor en la bici ni ponerse morado de dóping. Lo primero es trola y lo segundo cosas veniales de su asma real. Incluso lo primero es de un tramposo que se dopaba prepotente y suciamente y que se llama Lance Armstrong.
La montaña es ciclismo magistral cuando no se espera a los tres últimos kilómetros a ver la cara que pone quien tienes al lado. Para hacer lo que ha hecho Froome en la durísima montaña del Giro, hay que tener en el cuerpo el talento de un genio. Y cosas como las de hoy en la Coppi son las que besan al ciclismo y lo convierten en permanente y eterno. Como Cristiano o Messi en el fútbol. Se necesitan cosas así.
Hoy ha ganado el ciclismo y el Giro. Esa bestial aventura de la primavera cambiante italiana. La carrera más estética y aventurera que puede haber. Porque el Tour es una institución y una cátedra, y la Vuelta es un recurso de bombón pero ya cuando huele a septiembre. Su tiempo fue abril.
Y como gana el ciclismo, cuando pasa lo de Froome en la antepenúltima etapa, este deporte recupera el atractivo y la divulgación. Es durísimo, los corredores se juegan el pellejo mientras entrenan, y se sabe muy poco de esa dureza y de esa preparación. Queremos robots y héroes limpios y mágicos, y lo demás nos suele importar un comino.
El ciclismo se ha vuelto un deporte de paseos o de locos ultrafondistas que hacen natación y marathón formando otra cosa que es el triatlón. Pero su esencia sigue ahí, viva y vigente.
Chris Froome ha construído una hazaña. Un alarde. Protegido por musas de la resistencia hercúlea y del enigma. Es un campeón. Comparable a los grandes de la Historia de los gigantes de la ruta. Es un ídolo. Ese one que todo deporte precisa para no morir.
Imagino cómo estarán los corredores tras tres semanas de hacer burradas por ahí arriba. Su ácido láctico. Su moral. Sus cabezas y sus piernas. El Giro de Italia es como una moza hermosa que no lo sabe, y que exhibe su encanto casi sin darse cuenta. Como la primavera del ciclismo. Hoy Pantani ha sido homenajeado mentalmente por todos los que le admiramos y lloramos su tristísimo final de las trampas definitivas. Y hemos recordado muchísimas cosas bellísimas que siempre están.
Han reaparecido estos deportistas colosales, el ciclismo de ataque esta vez encarnado por el dios Froome, y toda la virtud de este deporte tan maltratado como grandioso. Ahora Froome es rosa, y seguramente lo será al final. Y ha hecho que este color se reactive, y que lo haga el Giro, y que nuevos Pantanis o Contadores se afanen en salir al deseo de las carreras y de las épicas triunfadoras.
Inolvidable el ciclismo cuando es sensacional y pizpireto como el del atractivo Giro. Pronto llegará la catedral del Tour y todo se oficializará y se hará maestro e institucional. Es la carrera de carreras. Y nunca admitirá comparaciones. Ni debe.
¡BRAVO, FROOME!

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