jueves, 7 de diciembre de 2017

- PRESENTE -



Voy a juntarme con esa tradición consumista por unas horas. He decidido sumarme y sucumbir con la costumbre. Esto ya viene siendo Navidad a pesar de la sombra alargada de la incertidumbre catalana, y el pistoletazo del tópico está ya servido e imparable.
Y, valoro. Valoro lo que tengo y lo que no tengo. Y miro a mi alrededor. No tengo apenas dinero pero me entra el deseo y la presión interior de materializar en algo el afecto.
Es menuda, poca cosa, como si de la familia fuera, -que lo es-, me ayuda y me aprecia. Es una de las mejores cosas que rigen en mi vida. La aceptación y el cariño. Y me nace comprarle algo. Y chocar contradictoriamente contra mis reticencias ideológicas e inmediatas. Solo debería marcar un teléfono y su voz estaría presente, atenta y positiva.
Lo que no sé es qué comprarle. Lo de menos. Lo que sé es que voy a meterme por los surcos de los sentimientos y a dejarme bombardear por toda la parafernalia comercial que vomitan en las radios, las teles y todos los publicistas en el mundo unidos.
Sí. Ni idea de lo que le compraré. Pero la barriga me está inquieta y quiero acertar. Y agradecer. Yo quiero agradecer su atención de todo el año estando ahí. De modo que un dia de estos voy y busco. Me armaré de paciencia porque Valencia parece Fallas en cuanto te llegas a algún mercado o superficie comercial estas jornadas. Son tiempos de hacer el agosto los señores del dinero. Los del mercado. Por lo tanto no pensaré en ellos demasiado. No lo merecen. Voy a ser un rey mago, o un papá nöel, o sencillamente alguien que valora a los otros y decide que vale la pena que la otra persona saque una sonrisa de agradecimiento y hasta de sorpresa.
Todo esto de la Navidad me semeja a un gran cuento de consumo y de cenas y bebidas. Una gran e hipócrita costumbre. Un tiempo o estación que tiene mucho que ver con la presión social.
Por eso he dicho y sostengo que no pensaré. Miraré naturalmente el precio de las cosas. Pero lo que anhelo es el apuntalamiento de un afecto y de modo natural.
Quiero decirla que nunca la olvido, que soy feliz buscando entre muchas cosas y dudas que tengo en la cabeza. Que debo éticamente acercarme a cumplir el sueño, y a intentar acertar con el presente.
Me gustan todas esas dudas porque implican sociabilidad y posibilidades. Pensar en los demás. Hacer ver que me encanta gastarme el dinero porque también tengo sentimientos, y he sido capaz de dar y de recibir el cariño todo este año.
Rosa ya es de mi familia. Se lo ha ganado a pulso. Poco a poco. Como las hormiguitas laboriosas y necesariamente eficaces. Rosa es presente y me ayuda, y no me deja hablar pero dice que es al revés, pero me da consejos y soluciones a su manera, y levanta la voz sin darse cuenta y la tengo que decir que por favor la baje, y le meto un potente abrazo de oso, y me cambia todas las semanas las cosas de sitio y luego no las encuentro, y mira y en un segundo sabe de una casa todas las virtudes y las deficiencias.
Tiene un perrito muy pequeño que se llama "Golfo", y una hija, y una nieta que adora, y supera el cáncer, y casi tiene SIDA, y sus huesos se quiebran por el efecto tremendo de los  medicamentos que puede tomar y que a veces sortea con el comer, y no sé cómo puede hacernos la escalera a pesar de todos sus peses,  y por qué es resistentemente hercúlea,y últimamente está mucho más animada y aunque ya nunca será el torbellino que fue su espíritu de acción y de laboriosidad habilidosa y experienciada sigue eterno e impoluto.
Sí. Yo seré mago. Porque nos tenemos mucho cariño y nos empatamos las debilidades y defectos con astucia. Por eso voy a ir a las superficies esas abarrotadas y casi intransitables de agobios y muchedumbre. Y le compraré a Rosa la primera caprichosa jaimitada o impulso tierno que me venga. Yo lo perfilaré e improvisaré como siempre sobre la marcha.
-PERO POR MI CORAZÓN QUE HABRÁ REGALO-

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